𝟯𝟮.

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19 de agosto

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19 de agosto. 

Los vitrales se roban la atención de Aris al dejar que sus pensamientos vuelen tan alto como el techo de la capilla. Es la primera vez en casi 4 años que vuelve a sentarse sólo en aquella banca, contemplando la cruz frente a él. No brilla tanto como lo haría si se reflejaran los rayos del sol, pero tampoco habría tanta paz si no fuera de noche. Hay tantos recuerdos en su cabeza sobre encuentros similares a este, recuerdos donde un Aris joven e ingenuo pedía perdón por cosas que no debería haberse disculpado. Un Aris que tenía miedo como cualquier persona con miedo a ser juzgada y rechazada por su Dios.

Ahí está otra vez, retomando lo que alguna vez fue rutina.

—Tendría que haber venido más seguido en estos años, ¿no es así? —pregunta, sosteniendo en su mano el mismo rosario que tiene desde su bautismo—. Yo tampoco me hubiera tomado en serio si solo me acercaba a ti para pedirte que perdones mis pecados. Me hubiera visto como una persona egoísta e interesada que solo quiere deshacerse del peso con el que carga.

Cierra su mano, escondiendo el rosario entre sus dedos. Piensa en su comunión con Dios, y piensa en la cantidad de veces que sintió que estaba defraudando a su familia por culpa de su orientación sexual y los obstáculos que le ponía en su vida.

Aris mantiene su voz baja, casi en un susurro. Teme que si habla demasiado fuerte el eco lo aturdirá.

—Sentía la necesidad de volver porque ya estoy en la edad en la que debería tener hijos. Hablé de esto contigo tantas veces, me sinceré con mis preocupaciones por no sentir naturalmente que deseaba encontrar a una mujer con la que formar una familia, y ahora que el momento ha llegado... me siento exactamente igual.

Su cabeza se eleva, busca la cruz con sus ojos. Pasan los años y su mirada sobre ella sigue siendo igual. Sigue mirándola como si le pudiera dar las respuestas.

—Me sigo sintiendo igual a pesar de no ser un niño, pero, ¿sabes cuál es la diferencia? —inclina su cabeza, insinuando que está siendo escuchado con atención—. Ya no siento que debo disculparme por eso. Me tomó tanto tiempo aceptar que no era algo malo, lo aprendí a las malas, pero lo hice.

Con un pequeño suspiro se inclina sobre la banca frente a él, sosteniendo su peso en sus antebrazos. Sus movimientos son cortos, suaves. La luna brillando a través de las ventanas le recuerda a la conversación con Leonor aquella noche en la cena comunitaria, y piensa en lo importante que es mencionarlo.

—Y si tengo que ser totalmente justo, alguien más me ayudó a entenderlo. No creo que hubiera podido aceptarlo si no fuese por esa pequeña conversación que tuve con ella. Me hizo ver las cosas de manera tan diferente, tan humana, y se me hace irónico porque siento que en realidad ella es obra tuya... Siento que estuve tan confundido con la imagen que siempre tuve sobre los ángeles y lo que en realidad hacen para nosotros. Ya no me importa qué tan ridículas suenen mis conversaciones contigo, no creo que exista algo que tenga más sentido que esto y tendrás que darme la razón porque sé que todo lo que sucedió no fue una coincidencia.

ALMAFUERTE © ORIANA CORRIDONIWhere stories live. Discover now