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𝗔𝗗𝗩𝗘𝗥𝗧𝗘𝗡𝗖𝗜𝗔: Este capítulo contiene menciones de fuego, uso de armas y descripción de encierro en espacios reducidos. Se recomienda discreción y responsabilidad en la lectura.

10 de agosto, 20:11.  

La lluvia ha logrado parar hace casi una hora, pero tanto Guzmán, Álvaro y ambos caballos siguen empapados para el momento que cruzan la delimitación de terrenos que los hace entrar a Oreco. Reciben varias miradas intensas y muy obvias que delatan lo poco frecuente que es tener ese tipo de visitas. Ambos hombres intercambian una corta mirada entre sí al no saber si deberían rodear la zona discretamente o dirigirse a la aglomeración de gente sin dar rodeos, pero ninguno dice nada. Álvaro baja primero de su caballo, dando a entender que caminará a partir de ahora. Guzmán aprovecha la vista panorámica que le permite asegurarse de que es seguro, e imita las acciones de su colega. Caminan lado a lado con la misma responsabilidad que asumieron desde el momento que partieron por la mañana bajo la orden del príncipe.

Álvaro, como en cada situación que debe prestar atención a algo en específico, se distrae de su objetivo al observar a un pequeño grupo de niños jugando en la calle. Lo único en lo que puede pensar es en la hermana de Leonor.

—¿Es un mal momento para confesar que no me preocupa tanto buscar al padre de Leonor? —pregunta, manteniendo su paso firme con Kol detrás de él.

Guzmán voltea a mirarlo, casi que preocupado. Ese es su único propósito de estar ahí.

—¿Qué te preocupa si no es él?

—La vecina de Leonor.

—¿Qué vecina?

—Elvira —encuentra su mirada—. Es la muchacha que escribió la carta y permitió que Aris supiera de esto. Está escondida con la otra hermana de Leonor.

—¿Y sabes dónde está? Se hará de noche pronto y será más difícil aún rastrearla.

Álvaro es consciente de eso, y por eso se preocupa más. No le agrada pensar en que ha viajado hasta aquí y pasará desapercibido el escondite. Es sumamente importante encontrar a Guillermo, pero no deja de haber una muchacha y una niña en peligro escondidas en algún oscuro punto del pueblo.

—Recuerdo la descripción del lugar pero... tendremos que hacer un recorrido más amplio que aquella última vez que vinimos.

Guzmán asiente, accediendo con la idea. Él mismo acaba de decir que la noche caerá pronto, pero no hay nada que les impida quedarse las horas que sean necesarias para cumplir con todos sus objetivos. Marchan con tranquilidad, ambos caballos detrás de ellos se muestran relajados, lo cual es un punto a favor considerando que es una de las pocas veces que están entre tanta gente desconocida. Álvaro observa a Kol, el cual está aún menos acostumbrado a este tipo de expedición. Cuervo tiene más años y más experiencias, es normal que no le afecte en absoluto que la gente se le acerque o intente tocarlo. Guzmán no deja pasar ese detalle, notando que no hay tantos caballos en buen estado como recordaba. La movilidad de la gente mayoritariamente en pie y carruajes a mano le hace sentir que el pueblo se ha quedado en el pasado. Ni Álvaro ni él habían ingresado a esta zona, y jamás creyeron que luciría tan anticuada a comparación del resto.

—¿Por qué parece que estamos un siglo adelantados? —pregunta Guzmán.

Álvaro piensa algo similar al notar lo mal estructuradas que están las calles, y agradece que Guzmán lo diga en voz alta.

—Porque lo estamos —asegura, divisando lo poco que queda de la puesta de sol detrás de la baja edificación—. Después de las inundaciones hay una gran parte que jamás se adaptó a los cambios, sólo empezaron de cero con lo que tenían.

ALMAFUERTE © ORIANA CORRIDONIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora