XXVII. Nuestra verdad parte 1

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-¿Creen en las coincidencias? -La vieja mujer habló.

Esas palabras resonaron en toda la sala, retumbando en lo profundo de las mentes de los jóvenes, quiénes solamente atinaron a mirarse mutuamente y volver a observar a las 3 presencias que yacían en la entrada.

-¿A... abuela Chiyo?-preguntaba nerviosamente la azabache.

-Así es mi dulce Kagome. Yo, una de las piezas clave, soy aquella presencia qué no hace mucho detectaste en aquel viaje a Rebún ¿Lo recuerdas? -decía astutamente la anciana, dejando perplejos a todos los espectadores y principalmente a la pareja de enamorados.

-Kento, Kazuma ¿Qué hacen aquí? -preguntaba tajantemente el demonio que estaba al borde del colapso; nunca se había sentido tan inquieto en su vida y su mente era un mar de dudas y emociones, ¿quiénes eran ellos? y si no respondían, sería capaz de matarlos ahí mismo.

-Sessh, tranquilo viejo, tu cara no me engaña, me quieres matar, pero no te dejaré hacerlo hasta que nos escuches.

-En efecto Lord Taisho, en breve sus dudas serán resueltas.

-Oh queridos, acercadse a está vieja anciana, dadme sus bellas manos -decía en una dramaturgia la de cabellos canos.

Ambos jóvenes se acercaron a la mujer, tomándole de las manos para posteriormente perder el conocimiento y desplomarse al suelo.

-Era inevitable -suspiró la madre del albino.

[...]

Japón
Época desconocida

Es hora de que sepan su verdad, recuérdenla.

-Hime sama, ha llegado una carta del rey del Sur -decía una joven haciendo reverencia y sin mirar a la mujer.

-Era de esperarse, las nupcias que deben terminar con esta guerra eran necesarias -comentaba una joven y bella mujer de cabellos blancos -gracias, puedes retirarte -decía fríamente la albina.

¿Por qué alguien como yo debe tener su vida planeada desde que nació?

Entre suspiros la joven princesa se levantaba para disponerse a saludar al rey.

Tiempo después salió de su habitación, siendo seguida por su dama de compañía y su guardaespaldas personal.

-Oto sama -decía haciendo una reverencia en el suelo -me he enterado de mi matrimonio.

-Tsuki, en esencia, tu matrimonio ha sido arreglado con el hijo del rey del Sur, se conocerán en una semana. Sin más que decir, retírate -demandó el rey a su primogénita.

La joven aparentaba no tener emoción alguna, había salido del salón real y sentía que su pecho quemaba y que sus piernas pesaban peor que una roca. Salió al patio trasero despidiendo a sus acompañantes, quería quedarse sola y llorar en silencio, nunca antes había sentido el calor humano, su padre no la miraba y mucho menos le transmitía amor alguno, no sabía nada de ese famoso calor humano, hasta que lo conoció...

-Hime Sama, me complace volver a verla -decía cortésmente un caballero de armadura brillante y cabellos negros profundos.

-Kuro San -respondía la chica albina con mirada triste.

-He escuchado que se casará, ¿es correcto?

-Es mi deber

-No lo haga, por favor no lo haga -decía firme y melancólicamente el hombre, mientras apretaba la empuñadura de su katana.

-Kuro yo ... Yo -el par de orbes azulados comenzaban a inundarse.

-Hime Sama usted sabe que yo... -fue interrumpido por la princesa

-Kuro, lo sé, sin embargo es mi deber, esta boda es la que hará ceder esta guerra entre naciones, no se puede escapar de quiénes somos, mi felicidad deberá ser sacrificada a cambio de la paz en nuestro reino -argumentaba mientras derramaba lágrimas pesadas, cargadas de tristeza y amargura.

-Prefiero morir dándolo todo en batalla antes de que usted renuncie a su felicidad y libertad -decía duramente el azabache.

-Tú mejor que nadie sabe que no lo resistiría, no quiero perderte. Esta vida y este mundo no significarían nada para mí, si tú no estás en él, el tiempo me golpearía a tal manera de morir de tristeza. Esa vida y todo ese tiempo es algo a lo que realmente temo.

-Tsuki -la tomó en sus brazos y le proporcionó un delicado beso lleno de amor y tristeza.

Los jóvenes enamorados se sentían morir si eran separados; ella una princesa de cabellos cuál nieve, él un peligroso y adiestrado general de cabellos del color de la noche, compartían el mismo sentimiento, amor.

[...]

Ha pasado ya una semana, todos los días nos hemos visto en el jardín trasero y eso ha aliviado un poco mi alma

-Hime Sama -sonaba una voz del otro lado de la puerta -su padre, el rey solicita su presencia en el gran salón.

-Gracias

La albina se levantó de su asiento, dónde se encontraba bordando una pequeña luna en un haori para hombre, tomó la prenda y la escondió en su alcoba.

Se dispuso a salir de su habitación y acudir al llamado de su frío padre.

-Oto Sama, me ha llamado -se inclinaba la fémina ante el rey.

-Tu prometido está pronto ha llegar, pero antes de que él pise este castillo y se entere de lo que has hecho a escondidas, debo escarmentar a mi denigrante descendencia -ante esto el rey tomó esa famosa tabla y golpeó en los glúteos incesantemente a la princesa. -¡IMBÉCIL!, qué podía esperar de alguien como tú, si no sirves y mucho menos me eres útil, solo puedes aspirar a un matrimonio arreglado y jamás podrás tener el control de este reino. ¡POR QUÉ NO NACISTE SIENDO HOMBRE!, El general ha sido enviado al frente de la batalla, espero que su vida perezca pronto -escupió el hombre.

El rey ordenó llevar a la princesa, quién había hecho todo lo posible por no llorar ante su progenitor, a su habitación para ser nuevamente arreglada para su audiencia con el príncipe del Sur.

Al entrar a su habitación encontró una carta dentro de una de sus cajas favoritas.

Mi amada, he sido enviado a la guerra, pero prefiero ser asesinado antes por traidor que dejarte en ese infierno. Siempre pienso en ti y nunca me arrepentiré de mi decisión, seré yo quién te saque de ese calvario.

Te amará hoy y siempre Kuro.


Si bien se había resistido a las lágrimas, de solo pensar en ese hombre, sus emociones brotaban desde lo más recóndito de su olvidado corazón.





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