XXIX. Nuestra verdad capítulo 3

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Japón
Época desconocida

Mientras una lucha que hacía un símil al infierno mismo se llevaba a cabo, un par de amantes habían comenzado una vida juntos. Aquella princesa albina, que residía en una de las habitaciones del castillo sureño se disponía a alistarse para poder seguir ayudando a la anciana Jin, quién era la sanadora del castillo junto a dos gemelos Kairi y Kaori, los ayudantes aprendices de la anciana. La princesa desde que había comenzado una nueva vida en aquel lugar, se había dado cuenta de los desastres que solo ocasionaba su malnacido padre; decidida pidió a la sanadora del lugar permitirle ayudar a los enfermos y heridos por causa de las batallas constantes que no hacían más que llevarse terceras personas y vidas innecesarias, si bien el odio hacia su padre era palpable, se seguía preguntando por su madre, un tema poco conocido para ella.

-Tsuki Sama, buenos días - saludaba la vieja mujer
- Buenos días Jin san - respondía cortésmente la joven
- He escuchado que el general le ha propuesto matrimonio, ¿es verdad mi dulce aprendiz? -preguntaba curiosa la cana
- Así es, solo que... - suspiraba profundamente la chica -siento que no soy merecedora de una vida buena o digna, me consume la ansiedad de pensar en mi pueblo, ellos no tienen la culpa de mi desalmado padre -respondía con una tristeza que se volvía casi lúcida en el aire.
- Sus pensamientos son nobles, pero debe comprender que usted no es la causante, ni mucho menos quien va a resolver los problemas ocasionados por su padre, el rey del norte, soy consciente de esa inquietud constante por no sentirse merecedora de algo, sobre exigiéndose constantemente a dar más y más sin pensar en su felicidad, creo que usted lo merece, ya es justo y necesario que piense un poco más en usted misma y en lo que realmente anhela, olvídese de creer que usted puede resolver los problemas del mundo -decía sincera y duramente la de cabellos platinados.

Tiempo después la mujer albina, paseaba un rato por los jardines del castillo, se había vuelto parte de su rutina y casi siempre se encontraba con el príncipe de aquel lugar, logrando entablar una sólida amistad, en la cual él en sus inicios se mostraba rejego y altanero ante la presencia de la joven; sin embargo el tiempo permitió que ambos llegasen a conocerse, pero algo interesante se comenzaba a presentar en el corazón de aquel joven heredero al trono, él le había tomado más que cariño a aquella doncella de cabellos blancos, deseando protegerla y atesorarla para él.

Los días seguían transcurriendo de poco en poco, las batallas constantes, los heridos y muertos en aumento, los bosques y pequeñas aldeas en decadencia absoluta. La joven pareja disfrutaba de su cálida compañía, ya que faltaría muy poco para su matrimonio.

- Amada mía - hablaba el hombre -deseo formar una familia contigo, ese es mi único y más grande deseo en esta vida.

La mujer impactada y emocionada abrazó efusivamente al general. -Oh Kuro, no te imaginas la felicidad que me causan tus palabras, yo así también lo deseo -respondía la princesa.

Curiosamente, todos los seres humanos hemos escuchado hablar de aquel tan famoso dicho "las paredes oyen", y justamente uno de los fieles seguidores y sirvientes del príncipe escuchó aquella confesión; corrió y se lo platicó al joven de la realeza, cosa que a él no le agradó en lo absoluto, su corazón dolía, sin embargo sabía que ya no podía hacer nada, ella amaba a ese imponente general. Instantes habían transcurrido cuando a su puerta escuchó el llamado del tan afamado mensajero real, quien a su parecer y por su apuro, se dio cuenta de que no eran buenas noticias.

-Su majestad, su este humilde servidor ha venido lo más rápido posible para dar el informe de la última batalla -comentaba el hombrecillo, -lamentablemente las bajas de nuestro reino han sido las más marcadas, la hambruna y la enfermedad se siguen esparciendo por todo nuestro reino y lamentablemente si esta lucha sigue en pie no habrá un pueblo por el cual luchar. -El hombre hizo una reverencia entregando un pergamino con los detalles de la situación.

El príncipe al escuchar y leer esas terribles palabras convocó a una junta exprés, para detallar el siguiente movimiento, pidiendo así la presencia de los nuevos aliados, la princesa y el general del norte.

-Saludos cordiales a cada uno de los miembros de esta junta, los he mandado a llamar para tratar un tema delicado, lamentablemente las bajas en nuestro reino cada vez más van en decadencia, lamentables noticias las que han llegado esta tarde, la enfermedad y la hambruna azotan a nuestros ciudadanos y pueblos cercanos. Hime sama, tengo entendido que u padre no ha querido hacer un cese al fuego, díganos que puede recomendar a esta junta. -Preguntaba el joven.
-Su alteza, el horror y la tristeza me invaden al saber tan trágicas noticias; teniendo en cuenta las calamidades de mi padre, lo único que puedo ofrecer es un golpe de estado en el reino del sur, podemos pedir a aquellos que están en contra del mandato de mi padre y unir fuerzas. -Recomendaba la dama.
-Con su merecido respeto, su excelencia -reverenciaba el general, -me atrevo a hablar para dar mi consentimiento a lo que la princesa ha expuesto. Para llevar a cabo esta misión me ofrezco para comenzar a reclutar un pequeño pero adiestrado grupo para hacer un golpe interno. Tengo algunos contactos y soldados que sé que estarán a favor de derrocar al rey.
-¡Kuro, me niego a que seas tú! - recriminaba la princesa, sin embargo al saber que había faltado al respeto a la junta, se arrodilló y pidió perdón. -Pido perdón por mi falta de respeto, sin embargo expreso mi descontento ante la petición del general. Con su permiso me retiro de esta junta. -La joven salió apurada y con una molestia casi tangible, se reprendía a sí misma por esa ocurrencia.

-General Kuro, ¿está seguro de su decisión? -miraba fijamente el futuro gobernante al hombre de cabellos azabaches, -Tengo entendido que pronto se casará.
-Sí y por eso mismo me ofrezco voluntariamente a esta misión.

Un silencio perpetuo se estableció dentro de la sala.

-Mi decisión ha sido tomada, si me disculpan tengo un asunto que atender.

El general sabía que era riesgosa la operación, si bien tenía pocas probabilidades de salir exitoso, lo intentaría por su amada y una vida próspera a su lado.

- Así que... tenemos una nueva misión ¿verdad? -comentaba el fiel amigo del general.
- ¿Vendrás?
- Obviamente, siempre te tengo que cuidar; además tienes que llegar intacto a tu boda.
- ¡Jah!
- No lo tomó bien ¿verdad?
- ¿Tú crees?

El hombre se despidió de su amigo para proceder a buscar a su amada, encontrándola sentada y llorando debajo de uno de sus árboles favoritos.
-Amada de mi alma -se sentaba a su lado tratando de abrazarle, -lo hago por nosotros, quiero una vida en la que tú seas completamente feliz y libre, donde no te tengas que preocupar por tu padre y sobre todo, donde tú y yo ya no seamos perseguidos.
-Realmente comprendo tus palabras -decía en un hilo de voz la mujer -pero ¿por qué ni siquiera me tomaste en cuenta para esta decisión? ¿A caso no te importó en lo más mínimo mi opinión? -preguntaba al azabache.
-Perdona si no te lo consulté, en cuanto se te ocurrió la idea lo medité y consideré que era lo mejor para nosotros y nuestro pueblo.
-Comprendo, también no seré egoísta, sé que es lo que ha causado esta interminable guerra, lo he visto con mis propios ojos. -La mujer comenzaba a llorar más y más, siendo abrazada por el hombre quien solo acariciaba su rostro, como si temiera a olvidarla.
-Solo... tan solo prométeme que regresarás a mi lado. Confío en ti.
- Es una promesa que no pienso romper.

Así ambos comprendiendo lo que atormentaban sus corazones, se abrazaron y besaron hasta que la luna hizo presencia en lo más alto del firmamento, temiendo por un futuro.

-No te quiero perder, te amo más que a mi vida, tú eres la razón de mí existir. -Decía entre sollozos y suspiros la albina a su más grande amor.
-Te aseguro que regresaré y después tendremos muchos hijos, una gran familia tú y yo.

Out of timeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora