XLI. La batalla final

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Sengoku

Kagome, con determinación y concentración, canalizó su poder sagrado a través de la Tenseiga, permitiendo que la luz purificadora de la espada restaurara las almas de sus amadas madres a su legítimo lugar. El campo de batalla resonó con un aura de calma y redención mientras las almas regresaban a su estado original.

Con la sensación de deber cumplido y una serenidad que emanaba de su ser, la joven azabache se preparó para otorgar un regalo celestial a sus queridos compañeros.

Kagome, con una reverencia solemne, se acercó a cada uno de sus amigos, irradiando un poder recién descubierto que fluía de su ser. Con una expresión serena y compasiva, enfocó su energía divina hacia Sango, la intrépida guerrera, otorgándole el poder del elemento tierra. Este don simbolizaba la fuerza inquebrantable de Sango, su arraigo a la tierra y su perseverancia, reflejando su fortaleza interior construida a través de innumerables desafíos y pérdidas. Era la manifestación de su conexión con la tierra, nutriéndola con su coraje y determinación.

Luego, dirigió su atención a Miroku, el monje de corazón valiente. Se le concedió el don del elemento fuego, un regalo que resonaba con la pasión ardiente y la determinación incansable de Miroku. Este poder reflejaba la llama que ardía en su interior, una llama alimentada por sus experiencias y sus batallas. Era la materialización de su valentía y espíritu indomable, una llama que iluminaba su camino a través de la oscuridad que había enfrentado.

Para Inuyasha, el mitad demonio con una historia llena de luchas y conflictos internos, Kagome canalizó el poder del elemento aire. Este don representaba la libertad y la agilidad del viento, honrando la habilidad de Inuyasha para moverse entre mundos y desplazarse ágilmente en las adversidades. Era una manifestación de su espíritu indómito y su capacidad para superar obstáculos, una conexión con la libertad que anhelaba y con la que se identificaba.

Por último, se acercó a Kikyo, con su profunda conexión con el mundo espiritual. Kagome le concedió el don del elemento agua, simbolizando su serenidad, adaptabilidad y vínculo con la fluidez de las emociones y la vida misma. Este poder reflejaba su tranquilidad interior, su capacidad para adaptarse a las circunstancias y su vínculo con la esencia misma de la existencia.

Cada don otorgado era un reconocimiento a sus sufrimientos pasados, las lágrimas derramadas y los dolores que habían atravesado. Era un regalo divino en reconocimiento a sus fortalezas, su perseverancia y la conexión profunda que tenían con el mundo y entre ellos mismos.

Además, Kagome otorgó aspectos de la Perla de Shikon a seres queridos y allegados. A la madre de Kagome se le concedió el aspecto de la perla Sakimi Tama, reflejando su sabiduría, amor y compasión. Rin recibió el Nigimi Tama, simbolizando su pureza y su vínculo especial con Sesshomaru. La anciana Kaede fue honrada con el aspecto Kushimi Tama, representando su experiencia y conexión con lo espiritual. Shippō y Kirara compartieron el aspecto Arami Tama, reflejando su lealtad y valentía en la batalla, una asociación que fortalecía su lazo como compañeros inseparables. Estos regalos eran símbolos de conexión, fortaleza y unidad entre todos los presentes.

Con el poder restaurado y sus amigos fortalecidos, Kagome y Sesshomaru se prepararon para enfrentar la batalla final contra el diabólico Demonio araña Kageboshi. La feroz confrontación se desencadenó con una intensidad nunca antes vista, la cual resonó en los confines del campo de batalla.

En medio del caos de la batalla, la sacerdotisa del futuro, desplegó su arco, cada fibra de su ser concentrada en la energía sagrada que se concentraba en sus flechas. La luz brillante emanaba de sus proyectiles, iluminando el oscuro escenario mientras los disparaba con precisión hacia Kageboshi. Al mismo tiempo, el imponente Lord del oeste, empuñaba su Bakusaiga con una destreza magistral y una ferocidad inigualable, sus movimientos precisos y calculados.

La pareja formaba una alianza imparable, moviéndose en perfecta sincronía mientras enfrentaban la oscuridad encarnada en Kageboshi. Kagome, consciente del miasma que rodeaba el campo de batalla, disparó una flecha al cielo. La flecha, bañada en luz divina, estalló en el firmamento, purificando el miasma tóxico que se cernía sobre ellos, creando un respiro en medio del caos.

Sango y Kikyo, aprovechando el momento, flanquearon a su amiga querida, la joven futurista, cada una canalizando los dones otorgados por la joven sacerdotisa. Los elementos se manifestaban a su alrededor, tierra y agua, cada una marcada por su nuevo poder, enfrentaban de frente al demonio araña con valentía y determinación. Los nuevos dones amplificaban su fuerza y habilidades, convirtiéndolas en guerreras poderosas y formidables.

Mientras tanto, Sesshomaru, beneficiándose de los dones otorgados por sus compañeros, lanzó un corte mortal con su Bakusaiga hacia Kageboshi. La influencia del elemento fuego de Miroku y el aire de Inuyasha potenciaban el ataque del poderoso lord del Oeste, convirtiéndolo en un golpe certero y devastador dirigido al corazón del demonio araña.

El campo de batalla estaba lleno de movimientos precisos y estratégicos, cada uno de los aliados desplegando sus nuevos dones en un esfuerzo colectivo para enfrentar al mal encarnado. La sinergia entre ellos era palpable, una muestra de la fuerza que surgía de la unión y el apoyo mutuo en la lucha contra la oscuridad que amenazaba con envolverlos por completo.

El demonio araña, en medio de su furia y desesperación, se retorcía con violencia, desatando su poder oscuro en un intento desesperado por resistir la embestida de Kagome y Sesshomaru, quienes se habían unido con determinación implacable para enfrentarlo. Cada movimiento del demonio era un despliegue de malicia y brutalidad, desafiando la unión de los poderosos seres que se le oponían.

La intensidad de la batalla alcanzó su punto culminante. El aire estaba cargado con la energía cruda de la lucha, el choque de fuerzas opuestas que resonaban en cada movimiento, definiendo el destino del mundo y de todos sus habitantes. En medio del caos, Kagebōshi, en un acto desesperado por obtener ventaja, empezó a mutar a una forma aún más monstruosa, su furia exacerbada por la incapacidad para superar la resistencia de sus adversarios.

Sin embargo, en un giro inesperado, una nueva Tenseiga, portando una empuñadura diferente, apareció en la escena de la batalla. Esta espada divina, imbuida de dotes sagrados y una nueva empuñadura, reveló a su nueva portadora: Kagome. La espada poseía una reputación legendaria como un arma temible contra seres del inframundo, y ahora estaba en manos de la sacerdotisa, resplandeciendo con una luz sagrada y emitiendo una esencia de poder inimaginable.

La llegada de la nueva Tenseiga en manos de la chica de cabellos negros, marcó un cambio radical en el campo de batalla. El arma legendaria, portada por la sacerdotisa, irradiaba una luminosidad sagrada que rodeaba a Kagome con una armonía inexplicable. Esta inesperada aparición incrementó la incertidumbre entre los combatientes, sembrando esperanza entre los aliados y generando inquietud en el corazón del demonio. La situación se volvía más impredecible con la introducción de este nuevo poder, capaz de transformar el rumbo de la confrontación contra la oscuridad que amenazaba con devorarlos.

Rodeada por luces sagradas que resplandecían con un fulgor celestial, la azabache cerró sus ojos, y con una oración llena de esperanza imploró por la paz y el amor en el mundo. Su voz resonaba con una convicción profunda y un anhelo genuino por un cambio significativo en la realidad que les rodeaba.

"Clamamos con fervor y pasión por un mundo lleno de amor y paz,..."

Proclamó Kagome con determinación, su voz atravesando el caos de la batalla.

"...donde los corazones humanos yacen unidos en la promoción de valores que celebran la convivencia armoniosa entre todos los seres, seamos humanos, animales o plantas, en este único hogar que compartimos, nuestro amado y preciado mundo."

Tras estas palabras, Kagome se lanzó hacia Kageboshi, apuntando directamente al centro donde todos los elementos que lo constituían se unían. Con un movimiento certero, la nueva Tenseiga, imbuida con el poder divino, atravesó la esencia misma del demonio araña. El impacto fue instantáneo y el campo de batalla se llenó de una energía brillante y purificadora. La escena se detuvo por un momento, y un silencio sobrecogedor envolvió el lugar, anticipando el desenlace de este enfrentamiento crucial.

Out of timeWhere stories live. Discover now