CAPÍTULO 4

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ALEXANDER VITAL

La luz entraba por las pequeñas rendijas que tenían las ventanas.

Aún recordaba cuando volví al bar por llamado de uno de los gerentes informando de que unos policías de mi cuartel habían estado bebiendo en demasía lo cual habían optado por hacerlos hablar para que dijeran quién podría ir a recogerlos ya que no podían caminar de lo alcoholizados que estaban.

Suspirando los veía sostenerse la cabeza mientras se quejaban del dolor que les hacía latir las sienes, los había encerrado en mi despacho para que no hicieran un escándalo entre mis hombres y mujeres que tenían casos que realizar.

-Alexander solamente te pido que nos dejes irnos a nuestras casa- imploro con agonía Manuel.

El rubio miraba hacía mi dirección con los ojos entrecerrados mientras me hacía llegar su odio hacía mi persona en silencio, en cambio Ethan nos observaba mientras jugaba con una lapicera que había encontrado hace unos minutos atrás.

-Tienes una obligación Manuel, cúmplela- le dije mirando la lista de pendientes que había colocado Carla sobre mi escritorio, papá se había salido de su cargo hace años por lo que todo el peso cayó sobre mis hombros.

Situación que no me molestaba ya que estaba preparado, rozaban las tres de la tarde cuando mi secretaria entró por la puerta con la mirada cubierta por una gafas de marco negro que resaltaban sus orbes azules claros.

Una chica de uno sesenta que contrate hace más de tres años, era una de mis compañeras de instituto cuando pasaba mis días en ese lugar, cuando nos graduamos ella tomó otro rumbo por lo que me sorprendió que viniera a pedir un trabajo ya que por lo que sabía ella había conseguido un buen puesto en una empresa internacional lejos de Francia.

Sospechaba que era una infiltrada pero con el tiempo me acostumbre a no encontrar pruebas que contuviera mis acusaciones, era una simple muchacha que no tuvo éxito y prefirió venir a mí.

-Señor Vital- exclamó reprimiendo la sonrisa divertida que tenía en sus labios por la situación que pasaban mis colegas.

-Carla- contesté sin apartar la mirada del informe del forense, el tipo me había hecho llegar su parecer sobre la escena del crimen en el museo.

Se produjo un silencio en completo mientras yo levantaba la mirada hacía la presencia de la chica que no encontraba las palabras coherentes que tenía que decirme, la examine por unos instantes mientras esperaba con paciencia a que hablara, no podía pasar por alto lo hermosa que era esa mujer pero no lograba fijarme en ella desde que la rubia del bar se había hecho llevar mi atención.

Carla siempre tuvo mi atención pero desde que esa chica se había metido en mi mente no lograba congeniar mis pensamientos.

-Victoria Smirnova ha venido a presentarse a la cita que pidió su representante- tartamudeo con miedo.

Todos mis sentidos se frenaron cuando escuche su nombre salir de los labios temblorosos de Carla, me paré por instinto al momento que veía como mis colegas abrían los ojos lo más grande que podrían hacerlo alguna vez, traspase el escritorio sin mirar a mis compañeros que comenzaron a hacer sus comentarios idiotas sobre la chica que me estaba esperando.

-Dile que puede pasar, que me de unos minutos- le pedí agarrando a mis amigos de la ropa y levantándolos de golpe.

Cuando ambos estuvieron en pie y un poco arreglados hable de vuelta hacía mí secretaria que no aguantaba la risa que estaba a nada de salir.

-Vayan a sus puestos de trabajos- les ordene con una fingida sonrisa tranquilizadora.

Mentiría si dijera que las piernas no me temblaban por la sola presencia de la mujer que odiaba, desde hace dos meses no la veía, cuando la encontré en medio de todo ese problema, vi en sus ojos el miedo que cruzó por ellos pero fue efímero ya que al momento me sonrió diciéndome ese sobrenombre que me coloco, le entendía ya que tenía experiencia en el ruso y ella al parecer practicaba el italiano.

El Adiós Dorado 1LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora