Extra 1

26.3K 2.1K 428
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


—Buenos días, princesa.

El ronroneo de su voz, más grave de lo que suele ser habitual, lo que demuestra que se acaba de despertar, acompañado de su barba y los besos que está dejando en mi cuello, dulces a la par que intensos, me hacen cosquillas.

Lo está haciendo de forma deliberada, solo para provocarme. Quiere que me queje, que me aparte o lo empuje para tomar distancia.

Pero no le voy a dar esa satisfacción. O no tan pronto.

—¿Princesa? —insiste al ver que no respondo.

Por norma, y lo que es más habitual y normal, es que sea yo la que se despierte antes, no solo por los posibles compromisos como princesa que puedo tener durante el día, o porque me gusta aprovechar la mañana y el tiempo, adelantando trabajo o haciendo cosas que me apetecen, también es porque sus horarios son mucho más nocturnos que los míos.

Sigue con el ataque en mi cuello, y como quiero ver qué más hace, cuál es su táctica, y así devolverle un poco de su medicina y lo que suele hacerme a mí, me hago la dormida un poco más.

Me es difícil hacer como si nada, sobre todo con su insistencia, con esos besos que del cuello empiezan a desviarse poco a poco hacia abajo. No se rinde, sigue siendo muy cariñoso.

—¡Sebastian! —protesto cuando me suspira en la oreja antes de morderme el lóbulo, pegándome más a su cuerpo.

Me abraza, acomodándome mejor y sin poder evitarlo sonrío. Estoy tan bien así, encajamos de una forma que nunca pensé que haría con nadie, nuestros cuerpos se reconocen y atraen de forma magnética.

—Sé que estás despierta, princesa. A mí no me engañas. —Se ríe y me hace aún más cosquillas, por lo que me aparto un poco—. Vamos, Lena, no te alejes de mí. ¿No te doy pena? —protesta—. Sé que sí.

Abro los ojos y me incorporo mientras lo observo. Incluso recién levantado tiene ese aura atrapante, ese atractivo que no se puede explicar. Está esbozando una sonrisa, esa tan tuya, esa que demuestra que la situación le hace mucha gracia y sus ojos, de ese color zafiro que tanto expresan, esos en los que me gusta perderme, me miran de esa forma que consiguen ver más allá de lo que muestro al mundo.

Aún me cuesta comprender cómo puede ser capaz de saber lo que oculto y me guardo para mí misma. No se equivoca, cuando algo me preocupa, lo nota por mucho que disimule.

—Buenos días —lo saludo y al ver su expresión, alzo una ceja—. ¿Qué te hace tanta gracia, Sebastian?

Está disimulando muy mal una carcajada y no saber el motivo, me pone nerviosa.

—Que creyeras que podías engañarme —admite, se encoge de hombros y me guiña un ojo—, te conozco muy bien, sé cuando estás dormida o cuando te lo haces, como en este caso.

La soledad de la coronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora