Capítulo Veintidós

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Sebastian cumplió su palabra y no me lo esperaba, creía que se olvidaría de lo que me había dicho y me hablaría en unos días o cuando quisiera

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Sebastian cumplió su palabra y no me lo esperaba, creía que se olvidaría de lo que me había dicho y me hablaría en unos días o cuando quisiera.  En lugar de eso, cuando me desperté al día siguiente tenía un mensaje suyo de un par de horas atrás. No sé si es consciente de la diferencia horaria que había entre nosotros, nueve horas, o que sí lo era, pero lo había mandado igual. No le respondo de inmediato, porque debe estar durmiendo, repaso mi agenda con calma, para asegurarme de lo que tengo que hacer hoy para que no se me pase nada por alto y desayuno junto a mi familia, como siempre que estamos juntos, pero sin Freya hay mucho más silencio.

Es extraña no tenerla en casa, hay demasiada paz.

—Lena, vayamos a mi despacho —ordena mi padre.

—De acuerdo.

Le hago caso sin saber qué es lo que querrá hablar conmigo, pero no se lo pregunto, me lo dejará claro cuando estemos a solas. Y así lo hace. Una  vez que ha tomado su sitio al otro lado del escritorio.

—¿Cómo llevas el discurso?

Aunque pueda parecer que se está preocupando por cómo llevo el tema, lo que realmente le interesa es saber en qué punto estoy y lo que voy a decir. Si no lo hago bien, algo que no sucederá, dejaría en una mala posición a la corona y, sobre todo, a él, que había decidido cederme el honor de hablar en la ceremonia.

Al analizar en frío la situación, entendía el motivo por el que sería yo la que hiciera el discurso en la ceremonia de los Nobel, rompiendo la tradición de que el encargado tenía que ser el jefe de estado, saltándonos también el protocolo. Todo se resumía en la imagen pública. Saldrían muchas noticias de ese día, solía copar la mayoría de portadas en nuestro país y los medios internacionales se hacían eco debido a la importancia de los premios, salía en casi medio mundo.

Por lo que ofrecerme a mí el discurso era su manera de lavar mi imagen. Y más importante, de ponerme a prueba. Una más. Para comprobar si estoy lista para lo que vendrá, para saber si soy una digna futura reina.

—Bien, padre. Lo llevo bien.

—Quiero verlo.

—¿Para qué? —rebato y al ver lo dura que es su mirada lo entiendo—. No confías en mí y en lo que pueda escribir. Piensas que me equivocaré.

Eso me duele, que ni siquiera me dé un voto de confianza sobre lo que he escrito.

—Últimamente has estado más distraída de lo habitual en ti.

Eso es lo que él se cree, que no me he centrado en lo que tengo que hacer y es mentira. Pese a las noticias que han salido de mí, he cumplido todas mis obligaciones y con excelencia. ¡El emperador de Japón había quedado encantado conmigo!

Pero parece que no es suficiente. Nada es suficiente para él.

—Padre, ¿por qué me pides el discurso? —suspiro y junto mis manos para no gesticular por mis nervios, tengo que mostrarme impasible—. Sé que si quieres, lo leerás. Eres el rey.

La soledad de la coronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora