Capítulo Treinta y Uno

29.7K 2.9K 664
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Sebastian no tarda en reaccionar a lo que he dicho, alza una ceja y empieza a reírse a carcajada limpia. Le divierto, aunque ya estoy acostumbrada a que tenga este tipo de actitudes. Pero tarda más de lo que espero en responderme, sus ojos se centran en mí de forma fija, y parece que debajo del color zafiro hay preocupación. Por un momento tengo la sensación de que es consciente de mi estado real, que hay algo que me preocupa, que es capaz de ver a través de mí.

Deshecho esa posibilidad de forma rápida, es imposible que lo sepa, nunca nadie antes ha sido capaz de saber con exactitud lo que me ocurre. Soy muy buena ocultando lo que siento, poniendo mi mejor cara ante cualquier evento que me desconcierte o me afecte. Así me han educado y así he aprendido a ser. No puede saber qué tengo en la cabeza, es prácticamente imposible.

—Qué suerte, yo sí los tengo. Sin lentillas no veo absolutamente nada. Y a James le ocurre lo mismo, ¿verdad? Aunque él usa mucho las gafas, le gustan. También le quedan bien, aunque claro, con lo guapo que es...

—No es que me gusten, pero no me molestan, como a ti. Pocas veces te he visto con tus gafas.

—Porque no me quedan bien. —Sebastian se encoge de hombros—. Y solo me ven con ellas aquellas personas que son de mi plena confianza. Tranquila, Lena, aún puedes ganarte ese honor. No te rindas.

—¿Por qué crees que querré ese... honor? —No sé por qué uso la misma palabra que ha dicho él cuando no lo pienso así. No tengo ni curiosidad por saber cómo sería Sebastian con gafas.

—Porque yo querría lo mismo. Conocernos mucho mejor y ese tipo de cosas... Ya me entiendes, princesa.

Tenías razón. —Kristoff se dirige a mí en sueco, para que solo lo entendamos nosotras—. Está intentando probar su punto delante de ti.

—Te lo había dicho. Es siempre así —murmuro—. Siempre queriendo llamar mi atención...

Solo es amable —rebate Freya—. No sé por qué te quejas, Lena.

Noto la incomodidad de Sebastian al no entender nada de lo que estamos hablando, así que no volveré a responder en nuestra propia lengua porque no sería lo correcto ni educado ante él y James. Que esté aquí, pese a que haya sido un arrebato mío para prevenir que algo saliera mal, no me exenta de cumplir con educación y respeto a los que son mis invitados. Tampoco me gusta que mis amigos, porque ambos lo son, se sientan fuera de lugar.

—Perdón —me disculpo y vuelvo a beber otro sorbo de té—. A veces nos es complicado hablar en otro idioma entre nosotros, es la costumbre.

—No tienes que disculparte por algo que es normal —habla James—. Lo entendemos.

—Sí, lo hacemos —secunda Sebastian aunque no me lo creo—. Pero si es posible, princesa, no nos excluyáis de nuevo. No me gusta.

Entiendo que esté molesto, porque si estuviera en su situación también lo estaría. No obstante, por lo que sabía de él, y había llegado a conocerlo, solía ocultar muchas veces lo que realmente pensaba con sus comentarios.

La soledad de la coronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora