Capítulo Treinta

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Saber que Sebastian está en Estocolmo me genera sensaciones contradictorias. Esperaba que si en algún momento visitase mi país, porque era una posibilidad, me lo dijese. Pero no, me he enterado por Freya y por una casualidad. Se suponía que éramos amigos, o yo lo considero así. Si fuese al contrario yo le hubiera dicho que estaba en su ciudad. Pero él no.

¿Por qué?

—¿Qué hace aquí? —intenta saber Kristoff—. ¿Tú sabías algo, Lena?

—¿Por qué debería saberlo? —rebato y poco después Kristoff empieza a reír—. No hace gracia.

—Créeme, hermanita. La hace, y mucha. Por tu actitud supongo que no tenías ni idea. ¿Una sorpresa para ti?

—No lo sé, Kris. Tampoco me importa.

—¡Lena! —protesta Freya—. Debería importarte. Es Rìgh Bastian.

—¿Por qué sigues llamándole por su nombre artístico? Lo conoces.

—La costumbre —se encoge de hombros—. ¡Envíale un mensaje!

—¿Y si lo haces tú? También tienes su teléfono.

—Lena, ¿por qué estás tan a la defensiva? —intenta saber Kristoff—. Es raro en ti.

Tiene razón, estoy actuando de forma visceral, ni siquiera oculto mi molestia y estoy contestándoles sin el respeto que merecen. No es que quiera, es que no puedo evitarlo. Sigo pensando en lo que va a suponer para mí cuando trascienda a la prensa que mi hermano tiene novia. Empezarán las comparaciones, las odiosas comparaciones.

A Kristoff siempre se le había valorado mejor que a mí. Al menos la prensa. Nunca lo habían tratado mal, ni siquiera cuando tuvo su etapa más alocada y trajo de cabeza a nuestros padres. Él tampoco podía evitar que la prensa sensacionalista se interesase por sus escándalos o malas acciones, era de lo que vivían. La diferencia estaba en que a Kristoff no le otorgaban un papel relegado, ni lo difamaban o lo consideraban menos que yo.

Sin contar que cada vez que hablaban de él siempre tenía su título delante. No es que fuese extraño, a mí en muchas ocasiones también me lo ponían. El problema radicaba en que el tono del artículo, si se trataba de mí o de mi hermano, no era el mismo.

Para ellos es el príncipe Kristoff, el segundo en la línea sucesora al trono de Suecia, el preparado, el correcto, el que no es frío.... No lo juzgan por lo que lleva puesto en un acto, o cómo va peinado. Todo lo contrario a mí. Es una presión, una más que tengo que soportar.

Además, soy consciente de que hay algunos sectores del parlamento, los más conservadores y de ultraderecha, por suerte pocos, que nunca han visto bien que yo sea la futura reina. Solo porque soy mujer.

La soledad de la coronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora