Capítulo Dos

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Arrugo el papel que estaba usando para escribir una nueva idea para una canción y lo lanzo al suelo lleno de rabia. Me coloco el lápiz detrás de la oreja, aunque me molesta de inmediato, es incómodo. Al final, acabo por romperlo en un acto impulsivo y lanzo los trozos al suelo. Sin saber qué hacer para apaciguar la rabia que estoy sintiendo, me levanto para servirme una copa.

Mi manager había dado órdenes exactas a los propietarios de este hotel para que yo me alojase aquí, al ser uno de los más seguros de la ciudad estaban más que acostumbrados a las peticiones extrañas que hacían sus posibles huéspedes famosos, que no eran pocos. No es que yo pidiese nada raro, al contrario, me consideraba una persona de gustos normales, pero necesitaba al menos tres botellas del mejor whisky que existía, el escocés, y tenía que ser de una marca concreta, si no, no me gustaba.

Aunque creo que no soy imparcial, mis raíces escocesas hacían que no me gustase otra bebida, me gustaba más que el agua, y la bebía más que esta. Coloco un puñado de hielos en el primer vaso que encuentro y me sirvo una buena cantidad. Me lo bebo de un solo trago y vuelvo a rellenarlo, sé que necesitaré otro en poco tiempo, uno solo no ha apaciguado mi estado de ánimo.

Paseo por la habitación del hotel sin ir a la cama, en la que está dormida la chica con la que vine hace unas horas, hasta llegar al gran ventanal en el que se observa la ciudad con su iluminación nocturna. Otra de las condiciones que puse al llegar, quería una habitación en los pisos más altos del edificio para que pudiese contemplar las vistas, me gustaba hacerlo, me hacía desconectar.

Ni viéndolas me relajo. Estoy muy frustrado.

No sé qué me pasa, pero llevo tiempo sin poder escribir ninguna letra que me guste o sacar alguna melodía decente. A la que lo intento, no consigo nada. Me salen rimas absurdas, con abundantes tópicos y frases llenas de tonterías, acordes sin sentido o que suenan parecidas a otras canciones que ya he hecho en el pasado. Sé que no debería preocuparme, que he sacado un disco hace poco en el que las críticas están siendo muy positivas, que no voy a tener que sacar nada nuevo hasta dentro de un tiempo, no obstante, no puedo evitarlo.

Si no puedo componer me falta algo, es mi manera de expresarme, la manera que tengo de mostrar mis sentimientos, o los pocos que tengo. Mi vía de escape. Por eso me siento así, que ni la música ni el alcohol consiguen apaciguar mi temperamento.

Aunque tengo clara una cosa, pese a mi frustración, no me rindo, no es mi estilo, Sebastian Hiddleston no es una persona que abandona a la primera. Sin importarme si despierto o no a mi acompañante, cojo una de las guitarras que he traído y empiezo a tocar una de las canciones con más significado para mí, una de las primeras que escribí cuando me animé a ello. Con solo unos pocos segundos de estar tocando y cantando me siento mejor.

—¿Canción nueva? —Ni me giro para mirarla, pero por el reflejo del ventanal veo que la chica ha cogido la sábana para taparse, como si no la hubiera visto desnuda. No entendía este tipo de pudor que tenían algunas de las mujeres en ese sentido. ¿Ahora se había vuelto tímida? No parecía importarle antes.

La soledad de la coronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora