Capítulo 2

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«Quinta posición, allonge, tombé, brazos en primera posición, a pasé, cuarto giro a ecarte, devant, Fouette, paso a primera posición, ecarte, attitude.» El dolor en los músculos era insoportable. «Otra vez». Una mierda más dolorosa que la otra. «Otra vez». Ahí estaba ella exudando toda la gracia por fuera, otra vez, mientras que adentro se sentía como el ser más oscuro. Respiro profundo. «Pirouette en dedans». Lily ya no lo soportaba, pero seguía. «Attitude». Hasta que la maestra dijera:

—Alto.

Una bocanada de aire exhalado vaciaba sus pulmones. La maestra caminaba hacia Cris, estaba perdida.

—¿Qué ha sido eso?

Cris no respondió.

—¿Te diste cuenta?—preguntó la profesora.

Cris negó con la cabeza.

Y Lily quisiera no haber visto el rostro de petulancia en sus compañeros, pero lo hacía. Arcadas. Eso sentía cada vez que la maestra corregía a alguien. Cris estaba hasta las narices por la resaca y eso se notaba, aunque su aliento oliera a flores.

—Te quedarás hasta que recuerdes cada uno de los pasos.

La maestra se alejó y ella asintió con la cabeza. Era el fin. Hora de irse, menos Cris.

Particularmente a Lily no le hubiera importado quedarse un poco más ese día. Era día de visitas, de esas que se volvían un poco molestas por todo lo que traía consigo.

Llegó a casa media hora tarde. Imaginaba el escándalo que se le iba a armar tan solo abrir la puerta, respiró profundo. Inhaló y exhaló. Apenas la abrió el aroma de la lavanda dio contra sus fosas, seguido del aroma de los clavos de olor. Se fijó en la cocina donde su madre preparaba bizcochos. Visto en la lejanía parecería toda una madre adorable y llena de carisma, pero apenas vio a Lily la alegría en su rostro varió.

—Lily, pequeña ¿Qué estás comiendo? —preguntó.

—Lo de siempre, supongo.

—Debes disminuir tus platos. Si sigues así engordaras —lanzó.

El primer puñal del día iba para su delgada contextura.

—Las bailarinas deben mantener un peso óptimo para lucir con gracia. Creí que lo sabías, pero supongo que esa maestrica no les da la suficiente motivación.

Ella no respondió. Su madre odiaba a su maestra y ella odiaba tener que verla, pero de ninguna de las dos cosas podía deshacerse. Era el mal al cual había sido atada.

—Si tú lo dices —murmuró muy bajo.

—Liliana, si tienes tiempo te enseñaré ejercicios de respiración. Creo que es importante, estas hablando muy bajo. —comentó sin dejar de poner los platos.

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