Capítulo 31

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Había cosas que ella no entendía y otras que parecían ir hacia ella como ráfagas de luces en un ir y venir, pero como todo, algunos datos solo surgieron en el instante en que Diego pudo decir más

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Había cosas que ella no entendía y otras que parecían ir hacia ella como ráfagas de luces en un ir y venir, pero como todo, algunos datos solo surgieron en el instante en que Diego pudo decir más. Lily solo tenía que presionar y lo estaba logrando. Tomás no podía evitar suspirar por cuanto ella trataba de encajar cada hecho por sí sola hasta que recordaba las palabras de Diego y no pudo evitar sacar lo que su mente maquinaba cual locomotora.

—Somos un circulo —murmuró.

La simple mención dejó en shock a Tomás. Había frenado con tanta rudeza que esperó no haber chocado. En cuanto volvió en sí se orilló, tomaba el volante con presión misma que recorría el cuerpo de Lily.

—¿Qué fue eso? —preguntó ella alterada.

—Repite lo que dijiste —pidió.

Ella se calló. Tragó profundo y prefirió ver a cualquier otro lado. Se le había ido aquella simple frase que dejó a Tomás inquieto.

—Lil, ¿de qué hablas? —preguntó cuando notó que ella no respondía—. Lily...

—No lo entenderías, lo que vi y lo que escuché...

—¿Dónde escuchaste eso? ¿El círculo? —preguntó.

—Diego, él me detuvo antes que llegara a Ana —Respondió ella.

Se mordió la lengua solo de pensar en que había hablado de más, pero no llegaba aún a casa de Ana.

—Llévame con Ana.

Un circulo. Es lo que él dijo.

Ella hizo una pausa en lo que su mente se aclaraba tanto como podía, veía a Tomás controvertido, como si le hubiera lanzado una granada y quedó guindando en el aire, de la misma manera en que ella lo había hecho días antes cuando Diego la sacó de ahí.

—¿Quién te lo dijo? —inquirió.

—¿Importa? —preguntó en respuesta—. No entiendo si quiera por qué tu...

Él respiró profundo. Necesitaba calmarse, pero agarraba el volante con tanta fuerza al punto de blanquear sus nudillos y no le daba ninguna calma. Al contrario. Se relajó en el asiento en lo que frotaba sus ojos y tomaba su teléfono. El número de Ana sonaba con vehemencia y el altavoz indicaba ese sonido exasperante que ametrallaba la sien de Tomás.  Él no llamaría a Ana porque no la soportaba y aunque la estaba llevando hacía ella, no tendría sentido lo siguiente que escuchó.

—Ana, debemos reunirnos. Estaré en tu casa en diez minutos —dijo Tomás.

Ni siquiera dejó que su interlocutor dijera algo cuando contestó.

—Entiendo.

—¿Qué entiende? —preguntó Lily.

Aunque la pregunta que más deseaba hacer no era esa.

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