Capítulo 8

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—Hay una sola palabra para esto —dijo ella

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—Hay una sola palabra para esto —dijo ella.

Esteban tenía una expresión fúrica en su rostro. La finura de su mandíbula se había perdido en el preciso instante en que supo la noticia. Sus ojos negros brillaban llenos de ira. ¿Cómo podía haber muerto alguien en su zona? Ni siquiera tenía pista alguna de cómo se había dado la situación. Por lo menos pudo callar las voces de peritos y oficiales, así como el de la prensa, pero ahora debía hacer uso de los suyos para encontrar una lógica a un cuerpo asado en una morgue de la ciudad.

Una chica inocente en un lugar vulgar.

—Deja que haga las averiguaciones, Erika. Luego hacemos suposiciones —comentó Esteban,

—Las hipótesis siempre van por delante, es el método científico —se mofó—, pero si lo que deseas es indagar a oscuras adelante, ya no te detengo. Sal de mi casa de una buena vez.

—No seas tan mala conmigo. ¿Estás viendo en qué lío estoy metido?

—Lograste callar media ciudad.

—Pero es la hija de un extraño que me está pesando. —siseó—. En nada empezará a chillar.

—La tocaste —afirmó.

Ante lo obvio Esteban se relajó en el mueble. Estaba demasiado tenso y el aire aun con el humo del cigarrillo por doquier no le tranquilizaba. Miró una sonrisa burlesca en los labios de Erika quien echaba una calada más antes de estampillar el cigarro contra el cenicero.

—Deberías visitar a Diego —comentó.

Lo observó por un segundo. Buscaba notar el interés en el rostro del hombre y lo vio.

—¿Diego Sandoval?

—El mismo —susurró.

—¿Por qué me lanzas contra tu protegido, Erika? —preguntó incómodo.

—Porque puede que tenga algo que esté vinculado con tu muerto —musitó.

—¿Lo traicionas así de fácil?

—Nunca podría traicionar a mis protegidos, Esteban. Son míos, de nadie más. Pero Diego necesita una mano y yo no soy la indicada, ya lo sabes. Mis labores no son como las tuyas —exclamó en un tono sutil. Se acercó hasta él y sus dedos bailaron por sus piernas—. Tu tienes una habilidad que él necesita...

Esteban hizo una mueca. Tomó del mentón de Erika y lo llevó hasta estar a pocos centímetros cerca de su rostro. Le encantaba tener el rostro de la doctora tan cerca de él como para oler su perfume, tanto o más que le encantaba cuando solo era el aroma del jabón perfumado y eso ella lo sabía plenamente. Jugar con Esteban Velázquez era quemarse, pero ella siempre había sentido fascinación por aquel sujeto, muy a pesar de lo volátil que era. Así que cuando notó esa sonrisa particular que le afectaba más de lo que ella deseaba, no pudo evitar lanzarse hacia él y terminar de cerrar el espacio entre ellos.

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