No se desprecia una arepa

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Cuando dejó a la mami en el estacionamiento del edificio y subió hasta el apartamento, lo primero que escuchó apenas cruzó la puerta fue:

—¿Dónde está mi hija?

—No se quiso venir en la moto.

—Joder. —pronunció Miguel David cuando sacó el teléfono y vió que tenía cinco llamadas perdidas de Débora. Llamadas que intentaba devolver y eran desviadas al buzón de mensajes. —Mierda, tal vez se ha quedado sin batería.

—Yeferson Jesús, ¿Y tú por qué coño la dejaste sola? ¿No ves que de puede perder? —reclamó Jhoana al salir de la cocina, secándose las manos con un trapo.

—Eso no pareció importarle mucho cuando agarró sus maletas y se fue —recordó todas las miradas despectivas que Débora le dió en menos de quince minutos. —Creo que le caigo mal.

Mientras Miguel David estaba angustiado porque no le caían las llamadas al celular de su hija ni tampoco le llegaban los mensajes, Jhoana regañaba al suyo hasta por haber nacido. Yeferson la ignoraba deliberadamente mientras se preparaba un pedazo de pan canilla con cambur.

—Sí eres lambucio.

—Ah pues mamá, pa' amortiguar.

El teléfono local sonó de repente.

—Anda a ver quién llama, que yo estoy aquí ocupada, ya la comida va a estar.

—¿Qué hiciste de bueno, ma'? Además de a mí, obvio.

—Arroz con pollo, egocéntrico del coño.

Soltando una risita, Yeferson caminó hasta el pasillo que daba a los cuartos y descolgó el local que yacía sobre la mesita esquinera.

—Aló.

—Ah, eres tú —Débora resopló al otro lado de la línea—. Dame la dirección del piso, he cogido un taxi.

Yeferson pensó un momento. Un diablillo rojo imaginario había aparecido en su hombro izquierdo, le decía que le diera una dirección equivocada para que se perdiera. Un ángel blanco apareció también en si hombro derecho y le pedía que hiciera lo correcto para no tener pleitos con Jhoana.

—Venga, tío. Que me estoy quedando sin pila.

Pero a Yeferson le valía entre poco y un coño e' la madre hacer arrechar a su mamá. Le dió un mordisco a su pan con cambur y habló con la boca llena:

—En Guarenas, La Guairita. Entrando al barrio, doblan para la izquierda y en la punta del primer cerro que vean, una casa de bloques sin freezar.

—Vale.

Yeferson se encerró en su cuarto para reírse a carcajadas. Aproximadamente cuarenta minutos después, lo llamó su pana Brayan.

—Háblame causa —dijo el moreno al contestar.

—¿Por qué me mandaste a esta chama para mi casa vale, eres loco?

Yeferson se echó a reír otra vez, pero contra una almohada para no hacer bulla, ya que su mamá pensaba que estaba echando un camarón.

—Mano, no da risa. Aquí está la jeva mía arrecha porque kike tú me habías mandado para acá a la caraja esta que me está viendo feo. Y mi mamá me está viendo peor, creo que me quieren matar entre las dos. Ven a sacarme de este peo' vale.

Cuando Brayan colgó, Yeferson se sacó la chemise beige y se puso una camiseta blanca, se puso su esclava de acero inoxidable y se colocó una gorra negra para atrás para que le diera un flow más violento.

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now