Heteromarico

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Sin tiempo qué perder, Yeferson agarró las llaves del carro y se fueron a regañadientes al supermercado, los amigos de Débora incluidos porque no tenían nada más interesante qué hacer.

Al llegar, se dividieron en pasillos distintos, cada uno centrado en sus intereses.

—¡Lo encontré! —exclamó la voz de Gabriel, quien estaba revisando un estante con júbilo.

—¿Qué encontraste? ¿El clítoris? —inquirió Natalia cuando llegó hasta a él.

—No —Gabo arrugó la nariz—. El clítoris es un punto ficticio que las mujeres crearon para promover el feminismo y hacer sentir inútiles a los hombres en el acto sexual.

—¿Quién coño te dijo eso?

—Suposiciones.

—Claro que clítoris sí existe, gafo —Bárbara apareció con una cesta de frutas en mano.

—Enséñamelo pues.

—Mamagüevo.

—Hay que ver para creer, Barbie. Ver para creer  —Gabriel se alzó de hombros—. La cosa es que Encontré una caja de flips sin código de barra, ¿Saben lo que eso significa?

—¿Qué? —inquirieron ambas al unísono.

—Que prácticamente no existe en el mercado. Me la puedo llevar y nadie se dará cuenta.

—Existen las cámaras de seguridad, animalito del monte —aseveró Bárbara.

—Yo digo que eso también es pura paja. Los supervisores de las cámaras no están pendientes de esa webonada, capaz que hasta se quedan dormidos en una silla giratoria con el poco e' robos proyectándose en las pantallas de los monitores.

—Ves demasiadas películas —opinó Natalia.

—Ah pues, eso está más que comprobado —sostuvo Gabo, abrazando la caja de flips que estaba dispuesto a esconder bajo su suéter—. De carajito me jartaba los duraznos en los pasillos y nunca me agarraron, y hasta me metía ciruelas en los bolsillos pa' llevar pa' la casa.

—Estás muy decidido a llevarte los flips, ¿No? —cuestionó azúl vinagre.

—Definitiva y totalmente.

—Okey, yo me voy. Tus planes son demasiado mierderos y yo no me voy a meter en peo' por tu culpa.

—¿Le tienes miedo a los policías? —quiso saber Natalia divertida, cruzada de brazos.

—Miedo no, pero no me traje la cédula, y esas brujas son capaces de martillarme hasta quince dólares por esa mielda.

Sin más, ella se alejó de sus amigos. Natalia se quedó para apoyar el atraco infalible de Gabriel.

Por otro lado, Débora inspeccionaba los anaqueles de productos de belleza cuando Yeferson llegó hasta ella, manejando uno de los carritos metálicos.

—¿Qué tanta vaina compras? —inquirió el moreno al ver que ella metía un perfume en su cesta.

—¿Qué te importa?

—Yo de vaina uso jaboncito azul.

—Con mis productos sigo una secuencia para cuidar mi piel y perfeccionar mi higiene. No lo comprenderías.

—Lo entiendo perfectamente, víbora. Yo también tengo un orden cuando me baño con mi jaboncito azul —contestó él, alzando una ceja—. Primero la cara y después el hue...

—¡Que puto asco! —ella lo empujó.

—Así te encanto.

Débora dejó en el estante una crema para peinar que estaba ojeando y apresuró el paso.

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now