Epílogo

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Años después

Débora rociaba su ropa con un splash tropical mientras atravesaba la sala para alcanzar las llaves.

—¡Capullo, vengo más tarde, me llevo a la mami! —le gritó a Yeferson desde donde se encontraba—. ¡Estaré aquí una hora antes para irnos juntos al aeropuerto!

El moreno salió de la habitación que ambos compartían con una niña cargada en un brazo y un cepillo de peinar en la otra mano. Estuvo a punto de refutar, pero se quedó con la queja en la boca, ya que Débora cerró de un portazo.

—Esa mamá tuya sí es arrecha —le dijo a la niña de apenas dos años de edad—; me maneja la vida y ahora la moto también.

La bebé suspiró como si pudiera comprenderlo y su papá la siguió peinando. Al hacerle dos maticas de coco en el pelo con unas colitas amarillas, agarró el otro manojo de llaves y salió del apartamento, comprando un ramo de margaritas artificiales en el camino.

Jugando con su hija a que estaba prohibido pisar las rayas de las asceras, llegó a la entrada del cementerio, donde volvió a cargarla para poder andar con más facilidad entre los mausoleos. Se detuvo frente a una lápida en particular, donde se agachó, recogió un jarrón de vidrio y reemplazó el ramillete de flores marchitas por uno nuevo.

—Tanta vaina que me echabas con la odiosa esa y ahora hasta tenemos una mocosa —habló a la tumba del mejor amigo que pudo tener—. Tu mamá se reiría de mí si me viera cambiando pañales cagados y haciendo teteros.

Yeferson dejó que la nena se distrajera con una chupeta en una banca aledaña para poder encender un cigarro, dejarlo junto a la lápida de Brayan y luego prender otro para sí.

—Creo que esta vez sí es el último cigarrillo —confesó—. Hoy mismo me voy y no creo regresar, mi mamá ya está en Madrid desde hace meses, Débora se va conmigo y tú... —exhaló—. Ya sabes. Todo lo que tengo está en Europa junto a nuevas oportunidades, espero que sepas entenderlo y no vayas hasta España a jalarme los pies porque dejé tu tumba en el abandono.

»Cuando la víbora me hizo pasar el sustico, en el fondo quería que saliera varón para que fuera como tú; todo un galán dispuesto a darlo todo por su mamá, inteligente y fiel. No como yo, que aunque he aprendido a ser mejor sigo siendo medio bruto y aweboniado.

En ese momento, la bebé llegó dando traspiés hasta Yeferson y le golpeó un cachete con la chupeta para llamar su atención.

—Pero ni modo, me salió una princesa con el caracter de la mamá, y me la tengo que calar —le dió un beso en la mejilla y luego la sentó en su regazo, apagando el cigarrillo—. El tiempo ha hecho que me duela menos tu ausencia y que las memorias me saquen buenas sonrisas en lugar de lágrimas.

Empezó a sollozar al recordar sus juegos en la cancha del barrio, las veces que salían a rumbear y la caja que dejó la señora Azucena junto a su gorra preferida y unos cuantos papeles.

—Quizás lo último sea mentira, pero alcancé a aceptar que tu muerte ayudó a que tu mamá siguiera adelante, aunque no de la forma que esperábamos —se secó una lágrima con el dorso de la mano y comenzó a acariciar la lápida—. Voy a extrañar venir por lo menos una vez al mes para cambiarte las flores y compartir un cigarrito, pero —se sacó una caja de Belmont del bolsillo y la colocó junto al jarrón —aquí te dejo una cajita, así no te aburres, y Belmont pa' que veas rostro. También te traje flores de plástico para no estar con el remordimiento de conciencia de que tu tumba estará toda fea con ramas secas y más arrugadas que un pipí con frío.

El moreno se echó a reír.

—Débora me escucha hablando así y me parte la jeta. Ahora anda estudiando idiomas y me pide que al menos practique el castellano con más decencia. Se la pasa por la casa hablando wachu wachu wachu, ella dice que es francés, pero yo escucho puro Taca taca, a veces pienso que me está inventado la madre, pero eso sí, cuando anda arrecha me dice de «Mamagüevo» para arriba.

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora