Ingrata

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De gris estaba teñido el cielo; de sus nubarrones emanaban relámpagos que gritaban la pérdida de un buen muchacho, y su intensa llovizna lloraba sobre los techos de lámina y el pavimento como condolencias a una madre herida por el río escarlata que dejaron en su sala tras un violento homicidio.

Ajena a las fechorías recientes del barrio, apartaba el cabello de su rostro mientras recibía a su padre y su madrastra con una gran sonrisa.

—¡Feliz cumpleaños, guapa! —exlamó Jhoana mientras le dejaba el desayuno a un lado de la cama, servido sobre una bandeja de madera adornada con un pequeño florero con lavanda y espigas artificiales en su interior.

—Muchas gracias, os quiero un montón —Deb los abrazó a ambos antes de que la dejaran a solas.

Después de degustar su desayuno, lavar sus dientes y darse una ducha rápida, llegó al comedor y frunció el ceño al ver que faltaba alguien, aquella ausencia no pasaría desapercibida jamás para ella, aunque horas atrás le hubiese asegurado lo contrario.

—¿Y el capullo de Yeferson? —preguntó al tomar asiento.

—No ha vuelto desde anoche —le contestó Jhoana, intranquila—. Seguramente llega más tarde, tal vez se quedó durmiendo en casa de ese amigo suyo.

Pero los pensamientos de Débora no compartían esa posibilidad. Alcanzó su celular y marcó el número de su amiga.

Alóh...

—Nata, ¿Al final Brayan y tú sí habéis pasado juntos la noche?

Un suspiro se escuchó al otro lado de la línea.

—No.

Débora sintió que detrás de ese simple monosílabo había una larga historia, sin embargo, decidió no indagar. Sus preocupaciones eran otras.

¿No sabes si tenía otros planes que estar contigo? Es que Yeferson no llegó anoche al apartamento y estoy... —se aclaró la garganta—. Y mi madrastra está preocupada, sin la menor idea de dónde pueda estar.

—Brayan no me habla, pero te avisaré de cualquier cosa que me entere, amiga.

—Vale, Nata. Por favor. Te quiero, adiós.

—Chao, mi amor. Yo a ti más.

Tras colgar, Débora fue a atender la puerta, ya que el timbre había sonado. Al abrir, se encontró con Gabriel, quien lucía radiante, estaba recién afeitado y muy perfumado.

—Feliz cumpleaños, mi reina preciosa —le besó ambas mejillas mientras ella lo invitaba a pasar.

—Se supone que la reunión es a las cinco, ¿Qué haces aquí antes de mediodía?

Gabriel se alzó de hombros mientras chocaba los puños con su suegro y abrazaba a Jhoana.

—No tenía nada qué hacer en mi casa, así que decidí venir antes y ayudar con la decoración.

Dicho esto, Jhoana sacó las bombas y cajas con decoraciones. Débora consiguió distraerse un rato ayudando a adornar la pared con globos y cortinas, también preparando aperitivos en la cocina, pero sentía una angustia constante que se debía a que cierto moreno no andaba encima de ella, fastidiándola.

No se arrepentía de todo lo que le había dicho la noche anterior, aunque fuesen nefastas mentiras, pero sí que se sentía culpable al pensar que ella era el motivo por el cual su hermanastro no regresara aún.

Débora pasó todo el día de su cumpleaños con una intriga carcomiendo hasta sus entrañas. Se limitaba a sonreír para las fotografías y a bailar de vez en vez con sus invitados, pero no se sentía para nada plena.

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora