Mordisco

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Cuando llegaron al restaurant y empezaron a ojear el menú, Jhoana se llevó los dedos al entrecejo y cerró un momento los ojos.

—¿Todo bien, amor? —Miguel David puso una mano en su espalda.

—Me duele la cabeza.

—Seguro que es por todo el sol que has llevado —intuyó Débora.

—¿Quieres que busque una farmacia y vaya por pastillas? —ofreció su marido.

—Por favor.

—¿Listos para pedir? —llegó un mesero con libreta en mano, esperando para anotar su orden.

—Eeeh —Miguel David rascó su nuca y le dió una mirada significativa a su hijastro antes de proceder a entregarle unos billetes—. Ve a por las pastillas mientras pedimos, ¿Qué querrás tú?

Yefelson se alzó de hombros para indicar que cualquier cosa estaría bien y trazó el camino hasta la salida. No sabía desplazarse perfectamente en la ciudad, pero se defendió pidiendo indicaciones a unos buhoneros y llegó a la farmacia más cercana, que estaba a dos calles del restaurant.

Se caló una cola como de trece personas porque solo estaba funcionando una caja y al punto había que hacerle la paja para que pasaran las tarjetas del banco de Venezuela. Cuando llegó su turno, pidió un blíster de Ibuprofeno y se embolsilló el vuelto con la excusa del delivery.

Mientras caminaba de regreso, algo que se movía en la acera llamó su atención. Nada más porque estaba aburrido se acercó a mirar, se agachó y recogió una gorra de policía que estaba en el suelo, y después se le quedó viendo un gatito recién nacido y espelucao'. El felino era el que movía la gorra en el piso porque de alguna forma de quedó encerrado.

Sus ojos verdosos miraron directamente al moreno que sacudía el sucio de la gorra. El gatito se subió a su pierna y empezó a revolcarse contra la tela del pantalón.

—Ay, que bonito miamol —Yeferson empezó a hablar como un gafo cuando lo agarró entre sus manos porque los animales pequeños eran su debilidad, le resultaban demasiado tiernos.

El gato empezó a ronronear cuando él lo peinó y le seguía hablando bonito.

Yeferson lo dejó en un rincón para que nadie lo pisara al pasar, se puso la gorra de Paco y se dispuso a seguir caminando en dirección al restaurant. Al trastabillar, miró sus pies y se dió cuenta de que el gatito lo había perseguido, así que lo volvió a agarrar y lo fue examinando en lo que quedó de camino.

Tenía todo el pelaje negro, unos intensos ojos color oliva y una pequeña herida en una oreja.

Al llegar al restaurant, el vigilante de la entrada le dijo que no ponía ingresar con el animal porque dentro se distribuían alimentos. Yeferson intentó sobornarlo con un billete de un dólar y otro de un bolivar, pero no funcionó, así que le pidió al hombre que se lo cuidara hasta que saliera.

—Vengo a vigilar, no a cuidar las mascotas de los clientes —fue lo que argumentó el tipo.

De mala gana, Yeferson dejó al gato a un ladito de la puerta y entró. Por suerte, el felino no lo siguió esta vez.

Cuando llegó a su mesa, ya todos estaban comiendo, su mamá le sacó el dedo del medio cuando él llegó diciendo:

—Epa ciudadana, rescata pal' fresco.

—¿De dónde sacaste esa gorra de policía?

—Me la conseguí por ahí

Se dispuso a comer en silencio la pizza que habían pedido para él y, al salir, rescató a su nuevo amigo.

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora