Besos sabor a caroreña

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—Naweboná, un poquito más de calor y empiezo a hablar maracucho —farfulló Yeferson corriendo las ventanas.

Era domingo, se fue la luz y parecía que el diablo se había empeñado en hacer que Guarenas ardiera entre las llamas del Averno terrenal.

—Me voy a bañar —avisó el moreno, sacándose la camisa.

—No me dejes la partida a la mitad, coño e' tu madre —Jhoana amenazó con lanzarle una pieza de dominó que tenía en la mano.

Habían pasado unos cuantos días desde que ella y Miguel David llegaron de su luna de miel, y desde entonces empezaron a familiarizarse más con ellos. Yeferson y Débora aún discutían porque esa era la costumbre, sin importar que se gustaran.

—Mamá, de verdad, siento que me estoy fundiendo —Yeferson pasó el dorso de su mano por su frente para quitarse las perlas de sudor—. Me voy a echar un agua.

—Bueno, yo voy a montar una sopa.

Su hijo se le quedó mirando con horror. Jamás comprendería cómo la mayoría de los adultos veía los días con mayor temperatura como una excelente oportunidad para almorzar agua caliente con verduras.

Yeferson tardó aproximadamente cuarenta minutos bañándose. Había considerado la idea de quedarse bajo el agua hasta diciembre y salir nada más para sacarle las alcaparras a las hallacas.

No se preocupó en ponerse más de dos prendas de ropa. Se armó con la primera bermuda que todavía no olía a culo en el montón de ropa sucia y salió otra vez para encontrar a Miguel David pelando unas papas y a Débora llegando de la calle tan agitada que a leguas se notaba que su camisa podía exprimirse del sudor cargaba encima.

—Joder, cuánto calor.

—Pero si está fresco —masculló Jhoana desde el mueble, se estaba pintando las uñas mientras se hacía la loca para que su marido terminara haciendo la sopa—. Nunca vayas a Higuerote mija.

La castaña se bebió casi una jarra de agua bajo la mirada inquisitiva de su hermanastro.

—¿Dónde coño andabas tú? —le preguntó.

—¿Qué te importa?

Él alzó las cejas, consternado. No se preocupó porque ella llevaba puestos unos jeans desgastados y una blusa unicolor, nadie la bucearía demasiado en la calle, pero estuvo fuera toda la mañana y parte del mediodía.

Había estado en Forum desayunando con sus amigas. De pronto a Natalia le llegó una invitación para una fiesta que se llevaría a cabo esa noche y junto a Bárbara se fueron a acompañarla a otro centro comercial a comprarse un nuevo vestido para estrenar, durante todo el trayecto Natalia intentó convencerlas para que la acompañaran hasta que las dos accedieron.

—Padre, esta noche saldré con las pibas —avisó ella a Miguel David, quien se limitó a asentir.

Yeferson empezó a extrañar esos tiempos donde la única condición para darle permiso era que él fuera también.

—¿A dónde? —cuestionó él, afincado en obtener explicaciones.

Débora lo ignoró a propósito y volvió a salir, pero esta vez Yeferson salió corriendo a su cuarto para ponerse una camiseta e ir tras ella, la alcanzó antes de salir del edificio.

Miró por encima de su hombro que a la castaña le entró una llamada en su celular.

—¿Qué pasó, Gabo? —contestó sin detener su andar—. Sí, Nata me ha invitado hace un rato, ¿Vas?

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now