Vestida como sartén de pobre

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Yo actualizo rápido solo porque me encanta leer sus reacciones en los comentarios. A pesar de que escribo desde 2020, esta es la primera vez que tengo tantos lectores y me emociona demasiado.


El sábado en la noche, Bárbara y Natalia no dejaban de llamar a Débora cada cinco minutos para saber si ya estaba lista.

—Hostia, dejadme respirar —había contestando antes de colgar la última llamada.

Se encontraba frente al espejo de la peinadora de su habitación. Todavía tenía el cuerpo húmedo bajo el albornoz, le pareció más urgente maquillarse antes que buscar un outfit para la ocasión.

Se hizo un minucioso delineado blanco que adornó con Strass y que confería protagonismo a sus largas pestañas que resaltaban el pálido color de sus ojos.

—Ya yo me puse la pinta, ¿Te falta mucho? —preguntó Yeferson, entrando en el cuarto sin permiso. Débora ni se preocupó por reclamarle. Él, al ver que ella todavía estaba en paño, casi pegó un grito al techo—. Por favor, no me digas que eres de esas carajas postinúas pa' arreglarse.

—Lo bueno se hace esperar.

—Coño vale, no quiero hacerte ninguna cumplido —fingió un escalofrío—, pero tú eres una jeva bonita, nada más te tienes que vestir, echar brillito en los labios y bañarte de colonia, ¿Qué tanto?

—Deja el fastidio y sal de mi cuarto. Perturbas mi valiosa paz.

—¿Qué es ese poco de vainas que te estás poniendo poniendo en la cara vale? ¿Qué pretendes? —Yeferson se sentó en la orilla de la cama, cruzado de brazos y haciendo caso omiso a la orden de la castaña.

—Me estoy haciendo un maquillaje Aesthetic.

Yeferson se echó a un lado para verla en el reflejo del espejo, ya que ella estaba de espaldas. Llevó el puño cerrado a su boca para no burlarse de ella, pero esta vez decidió dejar fluir su sinceridad.

—Será Pathetic.

—¡Yeferson, coño, fuera de mi habitación! —exclamó, molesta, aplicando iluminador en la punta de su nariz y en sus pómulos.

—Okeeeeey —resongó, caminando hasta la puerta—. Pero si en diez minutos no estás lista, te dejo. No me voy a estar calando tus atrasos y retrasos.

Ella pasó de él, por supuesto. El capullo no era nadie para estarle midiendo el tiempo, tan igualado él.

Después de aplicarse un mate Borgoña en los labios y colocarse unas argollas plateadas tan grandes que le rozaban los hombros, procedió a revisar sus gavetas, insultando internamente su nueva forma de guardar las prendas, pues, estaba acostumbrada a los closets.

Cerró la puerta y se puso un vestido de satén color marfíl que se ceñía a las partes necesarias para resaltar sus atributos. Se subió a unos botines marrones que combinaban con el cabello suelto sobre sus hombros. Como último accesorio, se puso una gargantilla de acero inoxidable con un dije de las reliquias de la muerte.

Al tomar su bandolero y depositar en su interior un poco de maquillaje por si haría falta retocarse, su celular y su monedero, salió a la sala, donde Yeferson todavía la esperaba, moviendo una pierna con impaciencia.

—Vámonos —demandó, agarrando las llaves del auto de la encimera. Yeferson se las arrebató rapidito.

Al volverse hacia él, lo descubrió mirándola de arriba abajo con una seriedad absoluta.

—¿Qué se supone que llevas puesto?

—Un vestido, cabrón, ¿Que no ves? ¿O es que aparte de ser un gilipollas ignorante también te quedaste ciego?

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora