Esposa odiosita

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Yeferson llegaba de reparar Orientación y Convivencia cuando encontró a Débora sentada en el sofá de la sala, con Mordisco acostado sobre su regazo, su hermanastra puso una mueca al verlo con la camisa beige por fuera y el cuaderno sin forrar bajo el brazo.

—¿Qué me trajiste? —le preguntó mientras ojeaba un libro prestado de su padre.

—Nada. Vengo del liceo, no del trabajo —respondió él queriendo lucir odioso—. A
demás, ¿Quién eres tú para yo estarte trayendo vainas?

—Mtch.

Yeferson se rió por lo bajo cuando vió que ella exageraba la arruga en su frente y abrió la nevera para agarrar agua, pero encontró algo todavía mejor: refresco.

—Vine buscando cobre y conseguí oro chamo.

Después de echarse tremendo trago de refresco y soltar un eructo disimulado porque si no Débora le inventaba la madre, rodeó la encimera.

—Rescata ahí, sifrina —se sacó un Toronto del bolsillo y se lo aventó en el aire.

En eso salió Jhoana del pasillo y lo vió de arriba a abajo.

—¿Y a mí qué me trajiste?

Yeferson se acercó y le dió un sonoro beso en la mejilla antes de colocarle una flor en la oreja.

—Esa cayena la arrancaste de la mata de allá abajo —le reprochó.

—Sí eres mal agradecida, pure. El mejor regalo llegó a tu vida cuando te dijeron que estabas preñada de este morenito bello, ¿Qué más quieres?

Dicho esto, se perdió por el pasillo, no sin antes agarrar a su gato para llevárselo a su cuarto.

~•~


Yeferson pasó toda la tarde durmiendo. Se quejó como un niño pequeño cuando vió la hora en su celular y notó que ya era momento de irse a trabajar, al menos estaba descansado.

Se dió un baño vaquero y se puso la primera pinta que consiguió en las gavetas. Al salir a la sala, Débora estaba aún en el sofá, leyendo el mismo ejemplar, al parecer la trama la tenía bastante enganchada.

—¿Qué libro es ese?

—Se llama Gardenia.

—¿Y de quién es?

—De Geryadith Areale.

—¿Y quién es esa?

—La autora de Gardenia.

El moreno blanqueó los ojos y se lanzó a su lado, rodeándole los hombros con un brazo.

—Coño fresa, ¿Viste cómo está subiendo el dólar? —se humedeció los labios adrede—. Así suben las ganas que tengo de besarte todos los días.

Él se acercó un poco más, a propósito, pero ella se apartó todavía más mientras fingía que no prestaba atención a su existencia.

Yeferson le quitó el ejemplar de un arrebato y le colocó una mano en la cara interna de sus muslos mientras la hacía voltear para atrapar sus labios. Su hermanastra correspondió al instante a pesar de que supuestamente pretendía poner resistencia los primeros segundos. Ella misma llevó ambas manos al cuello del moreno para profundizar la situación con sus respiraciones entrelazadas y sus lenguas sin dar tregua a las ganas mutuas de ir más allá una vez más.

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora