Cómo hago pa' no quererte

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Yeferson y Débora pasaron toda la madrugada abrazados, con Mordisco Chigüire acurrucado entre las sábanas que ellos no usaron porque con el calor que se transmitían mutuamente era más que suficientes.

Estaban exhaustos. De no ser porque la castaña prefería disfrutar las historias de otros en lugar de escribir la suya, la condenada habría escrito un nuevo kamasutra basada en la placentera experiencia que había adquirido en tan solo una noche.

El reloj marcaba las diez en punto de la mañana cuando alguien llamó al timbre. Ambos se quejaron al mismo tiempo, emitiendo gruñidos perezosos mientras se acomodaban entre los brazos del otro, ninguno estaba dispuesto a abrir la puerta. Pero el interruptor de sus sueños insistía, haciendo que el poco agradas sonido del timbre llenase el silencio absoluto del apartamento.

—Vamos a jugar «Piedra, papel o tijera» —propuso el moreno, suspirando contra el cuello de ella—. El que pierda abre la puerta y prepara el desayuno.

—Es casi mediodía, capullo.

—Nunca es demasiado tarde para comer arepas —defendió él.

—Bueno, vale.

Así que mientras ellos dos jugaban con flojera, la persona en la entrada seguía esperando a que alguien acudiera a su llamado. Débora y Yeferson se cansaron de jugar cuando entre risas adormiladas se dieron cuenta de que sacaban las mismas armas al mismo tiempo. Con una sola mirada se pusieron de acuerdo para ir los dos.

Al abrir la puerta después de soltar un gran bostezo, ambos vieron a la señora Yubiricandeleisy analizando la apariencia de cada uno, juzgándolos con la mirada. No era para menos; Débora tenía puesto uno de los suéters que ya no le parecían tan horrendos y un cachetero de encaje blanco; Y Yeferson nada más vestía una bermuda roja, su torso estaba completamente desnudo, y los dos estaban despeinados.

—¿Y sus papás? —inquirió la jefa del edificio con una mano en la cintura, más tarde el moreno se burlaría de ella porque parecía una taza humana.

—Nosotros nunca supimos más nada de esa gente —fue lo que contestó Yeferson, rodeando con un brazo la cintura de su hermanastra para confirmar las sospechas de la señora chismosa—. ¿Qué se le ofrece?

—Vine a cobrar la caja del clap.

Débora se separó de él para ir a su habitación a buscar el dinero correspondiente. En eso, Yeferson se asomó hacia afuera, sus ojos capturaron el momento preciso en que Yibiritzaida, la hija de Yubiricandeleisy, cerraba la reja de su casa con cuidado de no hacer bulla, aprovechando la distracción de su mamá para escapar a quién sabe donde con unos shorts que no le cubrían casi nada, y un bralette negro que dejaba a la intemperie su ombligo perforado.

Al ver a Yeferson mirando sobre su hombro sin disimulo, la señora Yubiricandeleisy se volteó y agarró a su hija infraganti.

—¡Mira coño e' tu pepa! ¡¿Pa' dónde vas tú?!

Pero Yibiritzaida no volteó. Bajó las escaleras de prisa para subirse a la camioneta del viejito billetuo' que la esperaba a las afueras del edificio. En el camino sintió el verdadero terror, planeando cómo regresar a casa con un iPhone nuevo sin que la mataran a coñazos.

—¡¿Y tú por qué te le quedabas viendo así a mi hija?! —acusó la señora al moreno.

—Los ojos se hicieron para ver —esa respuesta se le hizo más respetuosa que decir la verdad. En realidad la estaba criticando en su mente por llevar esa ropa tan corta con ese cuerpo tan flaco y esa piel color cartón mojado.

—¡Le estabas mirando el culo!

—Si ella se puso ese short, supongo que fue con la intención de que se lo vieran —Yeferson alzó una ceja—. Y con todo respeto, su hija no me inspira ni un mal pensamiento, el único culo que me interesa es el de la mujer mía.

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora