Bajo la misma arepa

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Con los rayos del sol y las copas pasadas confabulando para intensificar la resaca, Débora caminaba por la ascera con lentes oscuros y un dolor de cabeza punzante.

Esa misma mañana, tras vomitar por segunda vez consecutiva, se juró que no volvería a salir de farra con sus amigas. Natalia le ofrecía tragos y le decía «¿Me vas a dejar morir?» si Débora se resistía, y Bárbara se sacaba del arrugado cualquier excusa para brindar.

Al llegar a la comisaría, agradeció con una grata sinceridad el café servido en un vaso desechable que le ofreció el comisionado de turno mientras en una oficina aledaña manejaban las cuestiones del pago de la fianza que ella misma había depositado con la firma falsificada de su padre.

Ojalá Miguel David Jamás se enterase de que su consentida falsificó su firma con movimientos legales, prefería echarse la culpa de la licuadora rota antes.

Veinte minutos más tarde, Yeferson apareció con un aspecto tan demacrado que un muerto lucía menos pálido.

—Pasaste más de doce horas en una celda sin entretenimiento alguno y fuiste incapaz de acomodarte la camisa —fue el amistoso saludo de Débora.

Yeferson fingió no haber escuchado aquello y se volvió hacia el oficial Carrillo.

—Ojalá a tu esposa le muerda la rodilla un cocodrilo en el Darién.

—Ya llegó a la ciudad —el funcionario sonrió mientras firmaba su hora de salida en una planilla horizontal.

—Entonces que la preñe un indocumentado, y que sean trillizos.

—Tú también me caíste excelente, Yeferson. Pero espero no volver a verte por aquí.

—Ni por aquí ni en ninguna parte, amén.

El moreno sacudió el brazo cuando Débora hizo el amago de abrazarse a él. No estaba molesto como la tarde anterior, pero sí se le notaba bastante obstinado, y no era para menos, pero aquello hacía sentir incómoda a la castaña.

—¿Te apetece desayunar fuera antes de volver al apartamento? Doblando la esquina hay un puesto de empanadas —ofreció, alzando la comisura de sus labios.

—No.

Aquel monosílabo tan seco y abrupto desvaneció su sonrisa.

Ambos siguieron caminando y ella comenzó a andar más lento. Al percatarse de que Yeferson ni siquiera volteaba a mirarla, supo que no tenía caso intentar animarlo, al menos no entonces. Pero tampoco se quedaría ahí, esperando a que a él le diera la gana de simpatizar.

La castaña cruzó la calle y se subió al primer taxi vacío que pasó. Yeferson apretó los labios al mirar sobre su hombro y notar que ella ya no seguía sus pasos.

~•~

Al llegar y encontrar el apartamento vacío, Débora se dispuso a terminar de releer uno de los clásicos de su padre para luego hacer el intento de cocinar algo. No se le daba muy bien eso de preparar comida, normalmente observaba a su hermanastro cumpliendo cualquier antojo suyo como si aquel momento fuese en tutorial del que no le interesaba mucho aprender.

—¿Qué haces, bestia? —inquirió la voz del moreno a sus espaldas. Ella se sobresaltó, no había sentido su llegada, era normal que apareciera con un escándalo.

—Arepas —contestó Débora, echando sal a un recipiente con agua.

—Primero va la harina.

—No. El agua.

—La harina.

—El agua, cabrón.

—Si echas primero la harina mides la cantidad exacta y no desperdicias material. Te recuerdo que vivimos en Venezuela, y de paso en Guarenas, hay que ahorrar el achedosó.

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now