Recíproca chocancia

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Yeferson había salido a despejar la mente. Estaba comenzando a aceptar que estaba perdido, se desconocía a sí mismo por culpa de esa caprichosa de mierda y su manera de ponerle las vainas tan difíciles. ¿Novio? ¿Y ahora qué coño intentaba? No sabía ni quién era, pero tenía que ir controlando las ganas de partirle la cara en cuanto lo viera.

—Mano, no sé qué le pasa a Natalia —Brayan se desahogaba con él, ambos recostados de la misma pared en que comenzó la historia, antes de que la vida de Yeferson se descontrolara por una llamada de su mamá—. Desde que le regalé el teléfono anda extraña, me contesta como mil horas después y la mayoría de las veces que voy a buscarla a su casa no está.

Yeferson sospechaba que pronto al pana habría que cantarle la del venao' pero no le dijo nada. Era lógico, antes Natalia no quería despegarse de él y ahora lo evitaba la mayor parte del tiempo.

—¿Qué ha pasado con el negocio?

Brayan gruñó por la pregunta mientras aplastaba una colilla de cigarro con la suela del zapato.

—El Chapulín me jodió. Al principio quedamos en que me tocaban cuatrocientos dólares de comisión si vendía todo el paquete en quince días, y ayer cuando le fui a entregar su billete me liriqueó todo y me dijo que me tocaban ciento cincuenta nada más. El teléfono de Natalia me costó ciento treinta, prácticamente no me queda un coño. De pana que no me pesa el regalo, pero ando medio obstinado porque ahora el loco quiere que venda el doble y, de paso, en una semana. Éramos demasiados y parió la abuela.

—Mierda, o sea que no has reunido un coño.

—Nada de nada. Y me botaron de los chinos, de paso. Mi mamá todavía no sabe, estas movidas son el único sustento que tengo ahora. Pero ya resolveré, no te quiero marear con mis peos, ¿Qué ha pasado con la fresa?

Yeferson se consumió el cigarro que acababa de prender de una sola calada ante aquella pregunta.

Era su convive, pero no quería contarle a nadie lo que había pasado en la playa después de la discusión. Sentía que si terceros se enteraban, se le haría más complicado manejar las vainas que estaba sintiendo últimamente. Vainas que le encantaba sentir, pero que tenía que reprimir ajuro.

—Nada. Sigue indiferente —respondió, sin embargo—. Todavía anda arrecha porque le eché paja.

Ninguno dijo más nada. Al cabo de otro rato entre fumadas y miradas hacia la calle poco transitada, Yeferson recibió una llamada.

—Baja, que ya vamos a cenar.

Fue lo único que dijo Jhoana antes de colgar.

~•~

Al llegar al apartamento y ver sentado al mismo Pánfilo que se había metido en la discusión de la Sexy Candy, Yeferson supo que la vaina iba en serio. Sin saludar, se dirigió al pasillo al ver que Débora no estaba en la mesa y la esperó afuera de su cuarto.

—Entonces te gustan los mariquitos —dijo cuando ella salió, demasiado perfumada—. Me hubieses dicho antes, a lo mejor hacía el sacrificio de ponerme una falda.

—¿Qué insinuas, tío? —inquirió Deb, le pareció entender que el imbécil acababa de decir que quería gustarle.

—¿A quién quieres engañar con ese closetero? —siseó, acercándose peligrosamente a ella, invadiendo su espacio personal—. ¿Lo haces para joderme? Déjalo, no convences a nadie...

—¿Qué te hace creer que eres tan importante? —atacó ella, cruzada de brazos, sin siquiera preocuparse por apartarlo—. Me parece que es para ti una situación de vida o muerte ser relevante para mí.

Ante su silencio, ella volvió a hablar.

—Invitándome a salir a cenar en casa de tu amigo, dejándome el desayuno cuando sencillamente puede hacerlo tu madre, espiando mis conversaciones telefónicas, ¿Cuál es tu necesidad de entrar en mi vida a empujones? ¿Por qué?

«Porque tú ya estás en la mía, maldita sea, y no puedo sacarte»

—Venid, Chavales, que la cena ya está servida —los llamó Miguel David, poco interesado en que Débora estuviese literalmente acorralada contra una pared.

Para desgracia de Yeferson, la única silla vacía era la que estaba justo frente a donde estaban Débora y el closetero, hablando bajito entre sonrisas estúpidas que le revolvieron el esófago.

—Mamá, ¿Podemos cambiar de puesto?

Jhoana negó con la cabeza mientras servía jugo de guayaba en vasos de vidrio. A él no le quedó de otra que aplastar el culo e intentar inútilmente hacer ojos ciegos a la escenita que tenía enfrente.

—¿Miguel David? —se aferró a la última gota de esperanza que le quedaba.

El aludido lo miró mientras escuchaba algo que le decía el señor a su lado y le respondió:

—No. Estoy ocupado hablando con mi consuegro.

Así que empezó a comer, masticando con odio, como si el pollo tuviese algo que ver con su sentimiento de impotencia, mirando con arrechera a todos en la mesa, en especial a la estúpida de su hermanastra, que le daba comida a su supuesto novio como si fuese mongólico a propósito para hacerlo molestar, y la muy mal parida lo estaba logrando.

Una caraja que venía con el poco de gente se le quedaba viendo como quisiese hablar con él y presentarse, pero se contenía por la gran cara de culo que tenía el moreno.

Cuando Jhoana procedió a servir de postre una torta de vainilla que había hecho el día anterior, la mamá de Gabriel propuso:

—Mi hermano tiene una encava, ¿Qué les parece si hablo con él para cuadrar un viaje a Higuerote el viernes? Tenemos una casa por allá, podríamos agarrarnos todo ese fin de semana playero por allá.

—Podríamos dejarlo para otra ocasión —rechazó Jhoana con cortesía—. Este viernes es mi cumpleaños, y el sábado el de Deb, estábamos pensando en hacer una reunión tranquila. Están invitados, por cierto.

Yeferson miró a Débora, quién evitaba a toda costa corresponder a su contacto visual. Así que la fresita cumplía sus dieciocho en pocos días, interesante...

—¿Este año también quieres un beso y un abrazo, mami? —inquirió el moreno con una sonrisa angelical.

—Siempre te digo que no y eso es lo que me das —contestó Jhoana de mala gana—. O si no, me pides plata para comprarme algo.

—¿Me das...?

—No.

La chica —que ahora él identificaba como la prima del mariquito— se echó a reír, Yeferson le empezó a buscar conversación.

Cuando Débora lo miró de soslayo, sonriéndole a Dubraska, él también la vio, ampliando la sonrisa.

«Vacílate la pista, que ahorita yo te enseño cómo se choca el carro» pensó, a pesar de que Débora quiso desquitarse besando apasionadamente a su novio.



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Qlq ¿Me extrañaron?

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now