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Me saca de la bañera y me ayuda a ir hasta la cama. No dice nada, yo tampoco. El único sonido qué se escucha es mi llanto y los lloriqueos de Kaile, tratando de entrar a la habitación.

La cabeza me palpita y ni siquiera puedo respirar bien. Tengo la garganta cerrada con lo que se conoce como nudo de angustia, pero es demasiada tensión muscular.

Bruno sigue sin hablar. Me ayuda a poner una camiseta y unas bragas y luego, camina hacia la puerta, dejando que Kaile entre.

—No...

La dálmata se recuesta prácticamente sobre mí, aplastando mi cuerpo contra el colchón.

—¿En dónde están tus pastillas? —pregunta.

—En la mesa de noche —respondo e intento estirarme, pero Kaile está sobre mí como si no quisiera que me mueva —. ¿Podrías pedirle que se mueva?

—Te está haciendo compañía —responde. Todavía parece algo consternado por mi confesión y dejo de mirar su rostro, porque no quiero ver la expresión qué acompaña sus rasgos.

Me pasa una de mis pastillas y sale de la habitación. Miro a Kaile, que tiene sus ojos fijos en los míos y suspiro.

—Puedes irte, chica.

Hace un sonido, como si mi petición la indignara. La manta canina sigue sobre mí y, de algún modo, el peso de su cuerpo me aplaca y me calma. El aroma del perfume que Katia le puso hace unos días todavía persiste y pienso en eso hasta que Bruno regresa, con un vaso de agua. Me lo da e intento beber un poco, pero el nudo en mi garganta hace que me atragante.

—Despacio —pone su mano en mi espalda y frota mi piel suavemente.

—¿Podrías llevarte a Kaile?

—¿Por qué? —me mira con confusión.

—Porque no la quiero cerca —murmuro —, porque no es un perro de apoyo, es una mascota.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Llévatela, Bruno... Por favor.

—Alexis... ella quiso entrar, porque le preocupa cómo estás —me responde.

—No la necesito —murmuro —, tú también deberías irte —agrego, en un tono incluso más bajo.

No quiero esto. No quiero que se quede conmigo en cada momento así, porque sé lo desgastante que puede ser el estar con una persona como yo y no quiero perder a Bruno. Entonces, prefiero poner un límite.

—No voy a irme —determina, aunque el tono de voz es suave, lo que me pone a llorar de nuevo, porque yo le estoy hablando de forma brusca y él está siendo agradable conmigo y ni siquiera se merece que lo trate mal, porque no es su culpa que yo tenga ataques de pánico y tampoco es su culpa que yo le pidiera que se quede conmigo y... ¡No lo quiero aquí! Quiero que se vaya. No quiero que me siga viendo así.

Se acabó. No lo necesito y él no necesita esta versión de mí.

Qué bien, Alexis, cuánto progreso echado al desagüe.

Suspiro. Luego podré llevarle cupcakes de disculpa al cuartel.

—En serio quiero que te vayas, por favor.

—No. Pide otra cosa, si quieres, pero no voy a irme.

Ni siquiera me percaté de que estaba acariciando la cabeza de Kaile hasta que la vi.

Vuelvo a llorar.

Bruno no me toca, pero se recuesta en la cama a mi lado. Kaile lo mira brevemente y él le sonríe.

Fuego | SEKS #5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora