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Bruno

Sabe mejor que los cupcakes, pero no puede saber lo obsesionado que estoy con ella, con su olor, su sabor o cada sonido que hace. La escucho gemir contra la mordaza que se ajusta a su boca y sonrío, pasando mi lengua por su clítoris.

La mujer pensó que podría jugar conmigo sin que hubiera consecuencias, así que tengo que demostrarle que intentar ser más inteligente que un sádico trae problemas. Además, necesito averiguar dónde están mis cupcakes.

—Alexis... —digo su nombre con una sonrisa leve mientras se retuerce bajo mi toque. Está sobreestimulada por los juguetes que elegí, pero puede soportarlo —, si no te dejas de mover, ataré tus piernas a las patas de la mesa y miraré tu coño mientras ceno, ¿quieres eso?

Niega levemente. Qué pena. Tal vez otro día lo lleve a cabo.

Clavando mis manos en sus muslos, acerco su culo más al borde de la mesa y sigo lamiendo, hasta que se corre contra mi boca. Su respiración agitada hace que sus pechos se balanceen de forma exquisita y las observo por varios segundos, idiotizado con su cuerpo.

Fricciono mis pulgares en sus pezones antes de atenderlos con mi boca, succionando la delicada piel mientras la escucho jadear. Debería quitarle la mordaza y escuchar mi nombre saliendo de su boquita descarada, pero ya llegaremos a ese punto.

Me voy a tomar mi tiempo con ella, algo que le prometí y que no se pudo dar los últimos meses, tras su regreso. Admito que presionar a Alexis me daba una sensación de terror porque no estaba muy seguro de qué tanto podría soportar, pero lo lleva bien y, por la actitud de mierda que me dio hoy, lo necesita. Lo buscó, así que se lo daré.

—No creas que todo lo que planeé para ti son orgasmos, contadora —le digo con lo que pretendo que sea un tono severo.

La ayudo a ponerse de pie y acaricio su rostro. Me debato brevemente entre devolverle el habla o la visión y elijo quitar la venda. Sus ojos están llorosos, afiebrados por el placer y ponen una sonrisa en mis labios. Sus pupilas dilatadas están fijas en mí, siguiendo cada paso que doy y le señalo nuevamente el almohadón que puse en el suelo. Regresa allí, haciendo equilibrio para ponerse de rodillas sin usar sus manos.

Regreso a la sartén que puse a fuego muy bajo y muevo la carne molida junto con la cebolla y los ajíes. No tengo un repertorio tan amplio como el de ella, pero me defiendo.

Volteando cada tanto, la observo en cada ocasión y me deleito con su expresión calmada. No dudaba de que pudiera estar así sin problemas, pero me manejo con cautela. Sus ojos están entrecerrados y sonrío. Que esté tan relajada es una buena señal, pero tampoco puedo dejar que se salga con la suya. Me desobedeció, se corrió cuando le dije que esperara y no me dice en dónde están mis cupcakes, así que tengo que castigarla. Hubiera sido más indulgente si me hubiera dado la posición de mi comida, pero la señorita eligió el camino difícil.

Tomando lugar en una de las sillas, bebo un sorbo del vino, dejando que el sabor se asiente en mi boca sin quitarle los ojos de encima. El pequeño mando del vibrador que tiene en el coño está sobre la mesa y lo agarro. Suelta un chillido cuando aumento las vibraciones.

Se retuerce sobre la mesa mientras voy hacia los cajones y busco el cucharón de madera con el que golpeé su culo la última vez que terminó sobre la mesa de la cocina. Lo dejo al costado de su muslo y me tomo unos segundos para buscar algunas cosas dentro de mi bolso.

Al menos hice bien en haber ido a casa antes de venir aquí.

—Pequeña contadora descarada... —no puedo evitar que mis manos recorran su piel —, te ves preciosa aquí, ¿lo sabes? —susurro. Paso mi boca por su mejilla y su respiración entrecortada me hace reir mientras le quito las esposas—. Muy bonita... —bajo mis dedos por su pecho brevemente. Luego, tomo la cuerda que traje, asegurándome de dejar una navaja cerca para cortar las sogas en caso de ser necesario.

Fuego | SEKS #5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora