LA ROSA DESCUBRE QUE ES UNAMÁQUINA DE GUERRA


Un día, Cosette se miró por casualidad en su espejo y se dijo: «¡Vaya!». Casi le parecía que era hermosa. Esto la sumió en una turbación singular. Hasta aquel instante, nunca había pensado en su rostro. Se veía en su espejo, pero no se miraba en él. Y, además, a menudo le habían dicho que era fea; únicamente Jean Valjean decía: «¡No! ¡No!». Fuera como fuese, Cosette se había creído siempre fea, y había crecido con esta idea, con la resignación fácil de la infancia. Y he aquí que de repente su espejo le decía como Jean Valjean: «¡No!». No durmió en toda la noche. «¿Y si fuera bonita? —pensaba—. ¡Qué gracioso sería que fuera bonita!». Recordaba a aquellas compañeras cuya belleza hacía efecto en el convento y se decía: «¡Cómo! ¡Seré como la señorita tal!».

Al día siguiente se miró, pero no por casualidad, y dudó: «¿Dónde tenía la cabeza? —se dijo—. No, soy fea». Simplemente había dormido mal, tenía ojeras y estaba pálida. No se había sentido contenta la víspera al creer en su belleza, pero se sintió triste por dejar de creer en ella. No volvió a mirarse, y durante más de quince días trató de peinarse de espaldas al espejo.

Por la noche, después de cenar, acostumbraba a bordar en el salón, o hacer algún trabajo de convento, y Jean Valjean leía a su lado. Una vez levantó los ojos de su labor y se quedó sorprendida por la forma inquieta con que la miraba su padre.

En otra ocasión iba por la calle y le pareció que alguien, a quien no vio, decía: «¡Hermosa mujer!, pero mal vestida». «¡Bah! —pensó—, no se trata de mí. Yo voy bien vestida, y soy fea». Llevaba entonces su sombrero de peluche y su vestido de lana de merino.

Un día, al fin, estando en el jardín, oyó a la pobre vieja Toussaint que decía: «Señor, ved cómo la señorita se vuelve hermosa». Cosette no oyó lo que su padre respondió, pues las palabras de Toussaint le produjeron una especie de conmoción. Corrió por el jardín, subió a su habitación, acercose al espejo —hacía tres meses que no se había mirado— y lanzó un grito. Acababa de deslumbrarse a sí misma.

Era hermosa y encantadora; no podía evitar ser de la opinión de Toussaint y de su espejo. Su cintura se había formado, su piel se había vuelto más blanca, sus cabellos brillaban, y un esplendor desconocido se había encendido en sus pupilas azules. La convicción de su belleza la invadió por completo, en un minuto, igual que el amanecer de un día luminoso; además, los demás lo observaban también; Toussaint lo decía, evidentemente era de ella de quien hablaban al pasar, no cabía la menor duda; bajó de nuevo al jardín, creyéndose reina, oyendo cantar a los pájaros, en invierno, viendo el cielo dorado, el sol en los árboles, flores en los matorrales, desatinada, loca, en un arrebato inexpresable.

Por su parte, Jean Valjean experimentaba una profunda e indefinible opresión en el corazón.

Y es que, en efecto, desde hacía algún tiempo contemplaba con terror aquella belleza que aparecía de día en día más radiante en el dulce rostro de Cosette. Alba riente para todos, lúgubre para él.

Cosette había sido hermosa mucho tiempo antes de darse cuenta de ello. Pero, desde el primer día, esta inesperada luz, que se elevaba lentamente y envolvía poco a poco toda la persona de la joven, hirió la sombría pupila de Jean Valjean. Sintió que era un cambio en una vida feliz, tan feliz que él no se atrevía a moverse en ella, con el temor de estropear algo. Aquel hombre que había pasado por todas las miserias, que estaba aún ensangrentado por las heridas de su destino, que había sido casi malvado y se había convertido casi en un santo, que, después de haber arrastrado la cadena de la prisión, arrastraba ahora la cadena invisible, pero pesada, de la infamia indefinida, aquel hombre a quien la ley no había soltado, y que a cada instante podía ser capturado y conducido de nuevo de la oscuridad de su virtud a la violenta luz del oprobio público, aquel hombre lo aceptaba todo, lo excusaba todo, lo perdonaba todo y lo bendecía todo, no pedía a la Providencia, a los hombres, a las leyes, a la sociedad, a la naturaleza, al mundo, sino una cosa, ¡que Cosette le amara!

Los Miserables IV: El idilio de la calle Plumet...Where stories live. Discover now