LIBRO QUINTO. Cuyo fin no se parece al principio

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I

LA SOLEDAD Y EL CUARTEL COMBINADOS


El dolor de Cosette, tan punzante y vivo aún cuatro o cinco meses antes, había entrado en la convalecencia. La naturaleza, la primavera, la juventud, el amor por su padre, la alegría de los pájaros y de las flores hacían filtrar poco a poco, día a día, gota a gota, en aquella alma tan virgen y tan joven una cosa muy semejante al olvido. ¿Es que se apagaba completamente el fuego?, ¿o es que solamente se iban formando capas de ceniza? El hecho es que no sentía ya apenas nada doloroso y abrasador.

Un día pensó de repente en Marius: «¡Vaya! —se dijo—, ya no pienso en él».

En la misma semana, al pasar por delante de la verja del jardín, se fijó en un guapo oficial de lanceros, con talle de avispa, bonito uniforme, mejillas de niña, sable bajo el brazo, bigotes retorcidos y chascás charolado. Por lo demás, cabellos rubios, ojos azules; cara redonda, fatua, insolente y linda; lo contrario de Marius. Un cigarro en la boca. Cosette pensó en que aquel oficial era sin duda del regimiento acuartelado en la calle Babylone.

Al día siguiente le vio pasar otra vez, y observó la hora.

A partir de aquel instante, ¿sería casualidad?, le vio pasar todos los días.

Los compañeros del oficial observaron que en aquel jardín «mal vestido», detrás de aquella fea verja había una bonita criatura que estaba casi siempre allí cuando pasaba el bizarro teniente, que no es desconocido del lector, puesto que se llamaba Théodule Gillenormand.

—¡Vaya! —le decían—. Hay una joven que te mira, fíjate bien.

—¿Acaso tengo tiempo de mirar —repuso el lancero— a todas las jóvenes que me miran?

Esto sucedía precisamente en el momento en que Marius descendía a la agonía y se decía: «¡Si pudiese solamente verla antes de morir!». Si se hubiera realizado su deseo, si hubiese visto en aquel momento a Cosette mirando a un lancero, no habría podido pronunciar una palabra y habría expirado de dolor.

¿De quién habría sido la culpa? De nadie.

Marius tenía uno de esos temperamentos que se sumergen en la tristeza y moran en ella; Cosette, por el contrario, se sumergía, pero volvía a salir.

Además, Cosette atravesaba ese momento peligroso, fase fatal del ensueño infantil, abandonado a sí mismo, en que el corazón de una joven aislada se asemeja a esos sarmientos de vid que se enganchan por casualidad al capitel de una columna de mármol o al poste de una taberna. Momento rápido y decisivo, crítico para toda huérfana, ya sea pobre o rica, porque la riqueza no impide una mala elección. Se realizan casamientos muy desiguales; la verdadera desigualdad de casamientos es la de las almas; y así como más de un joven desconocido, sin nombre, sin familia, sin fortuna, es un capitel de mármol que sostiene un templo de grandes sentimientos y de grandes ideas, de igual modo, algún hombre de mundo, satisfecho y opulento, que lleva botas finas y emplea palabras almibaradas, si se le mira no el exterior, sino el interior, es decir, lo que reserva a la mujer, no es otra cosa que una viga estúpida, oscuramente movida por pasiones violentas, inmundas y embriagadas, el poste de una taberna. ¿Qué tenía Cosette en el alma? Una pasión calmada o adormecida; amor en estado flotante; algo que era límpido, brillante; turbio a cierta profundidad; oscuro más abajo. La imagen del guapo oficial se reflejaba en la superficie. ¿Había algún recuerdo en el fondo? Muy en el fondo tal vez; mas Cosette no lo sabía.

Pero se produjo un incidente singular.

Los Miserables IV: El idilio de la calle Plumet...Where stories live. Discover now