III

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 GAVROCHE HABRÍA HECHO MEJOR ACEPTANDO LA CARABINA DE ENJOLRAS


Cubrieron al señor Mabeuf con un viejo chal negro de la viuda Hucheloup. Seis hombres hicieron con sus fusiles una camilla, colocaron en ella al cadáver y lo llevaron, con las cabezas desnudas y una lentitud solemne, a la mesa grande de la sala baja.

Aquellos hombres, comprometidos en la sagrada y grave revolución que estaban realizando, no pensaban ya en su peligrosa situación.

Cuando el cadáver pasó ante Javert, siempre impasible, Enjolras dijo al espía:

—¡Y tú, enseguida!

Entretanto, el pequeño Gavroche, el único que no había abandonado su puesto y se había quedado vigilando, creía ver a algunos hombres que se aproximaban como lobos a la barricada. De repente gritó:

—¡Desconfiad!

Courfeyrac, Enjolras, Jean Prouvaire, Combeferre, Joly, Bahorel, Bossuet, todos salieron en tumulto de la taberna. Se veía un centelleante espesor de bayonetas ondulando por encima de la barricada. Guardias municipales de elevada estatura penetraban en ella, unos saltando por encima del ómnibus y otros por la abertura, empujando al pilluelo, que retrocedía pero no huía.

El momento era crítico. Era como el primer minuto terrible de la inundación, cuando el río se levanta hasta el nivel de sus barreras y el agua empieza a infiltrarse por las fisuras de los diques. Un segundo más y la barricada sería tomada.

Bahorel se lanzó sobre el primer guardia y le mató de un tiro a quemarropa con su carabina; el segundo mató a Bahorel de un bayonetazo. Otro había derribado ya a Courfeyrac, que gritaba: «¡A mí!». El más alto de todos, una especie de coloso, se dirigía hacia Gavroche con la bayoneta calada. El pilluelo tomó en sus pequeños brazos el fusil de Javert, apuntó resueltamente al gigante y disparó. Pero el tiro no salió. Javert no había cargado su fusil. El guardia municipal estalló en carcajadas y alzó la bayoneta sobre el niño.

Antes de que la bayoneta hubiera tocado a Gavroche, el fusil se escapó de las manos del soldado: una bala había atravesado su frente, y cayó de espaldas. Una segunda bala daba en medio del pecho del otro guardia, que había derribado a Courfeyrac, y lo lanzó al suelo.

Era Marius que acababa de entrar en la barricada.

Los Miserables IV: El idilio de la calle Plumet...Where stories live. Discover now