VI

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 RECLUTAS


El grupo aumentaba a cada instante. En la calle Billettes, un hombre de elevada estatura, que empezaba a encanecer, y cuyo rostro rudo y atrevido observaron Courfeyrac, Combeferre y Enjolras, pero a quien nadie conocía, se unió al grupo. Gavroche, ocupado en cantar, silbar, zumbar, ir el primero y en llamar en las tiendas con la culata de su pistola sin perrillo, no se fijó en aquel hombre.

Cuando avanzaban por la calle de la Verrerie, pasaron delante de la puerta de la casa de Courfeyrac.

—Me alegro, porque me he olvidado el dinero, y he perdido el sombrero —dijo Courfeyrac.

Abandonó la tropa, y subió las escaleras de cuatro en cuatro; cogió un viejo sombrero y su bolsa. Tomó también un gran cofre cuadrado de las dimensiones de una maleta grande que estaba oculto en la ropa sucia. Al bajar las escaleras le gritó la portera:

—¡Señor Courfeyrac!

—Portera, ¿cómo os llamáis? —respondió Courfeyrac.

La portera quedó sorprendida.

—Ya lo sabéis, soy la portera, y me llamo Veuvain.

—Pues bien, si seguís llamándome señor Courfeyrac, yo os llamaré señora Veuvain. Ahora hablad, ¿qué hay?, ¿qué queréis?

—Hay alguien que quiere hablaros.

—¿Quién es?

—No lo sé.

—¿Dónde está?

—En mi cuarto.

—¡Al diablo! —dijo Courfeyrac.

—¡Pero es que está esperando desde hace más de una hora a que volváis! —dijo la portera.

Y en ese momento un jovencito vestido de obrero, pálido, delgado, pequeño, con manchas rojizas en la piel, vestido con una blusa agujereada y un pantalón de terciopelo remendado, que tenía más bien facha de muchacha que de hombre, salió de la portería y dijo a Courfeyrac, con una voz que no era por cierto de mujer:

—¿El señor Marius, por favor?

—No está.

—¿Volverá esta noche?

—No sé nada. —Y Courfeyrac añadió—: En cuanto a mí, no regresaré.

El joven le miró fijamente, y le preguntó:

—¿Por qué?

—Porque no.

—¿Adónde vais?

—¿Y qué te importa?

—¿Queréis que os lleve vuestro cofre?

—Voy a las barricadas.

—¿Queréis que vaya con vos?

—¡Si quieres! —respondió Courfeyrac—. La calle es libre, el empedrado es de todo el mundo.

Y se escapó corriendo para reunirse con sus amigos. Cuando los hubo alcanzado, dio el cofre a uno de ellos. Fue un cuarto de hora después cuando descubrió que el joven, efectivamente, los había seguido.

Un grupo de ese género no va precisamente a donde quiere. Hemos explicado ya que el viento lo arrastra. Dejaron atrás Saint-Merry, y se encontraron sin saber cómo en la calle Saint-Denis.

Los Miserables IV: El idilio de la calle Plumet...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora