CAPÍTULO 3

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Tener un restorán es muy sacrificado. Tienes que estar presente en desayuno, almuerzo, merienda y cena, con pequeños intervalos de descanso para relajarse y comer. Sí, definitivamente necesitaba un ayudante cuanto antes.

Y las horas de trabajo se habían hecho aún más pesadas teniendo aquella incertidumbre causada por el mensaje en mi teléfono. No podía dejar de pensar y maquinar miles de distintos escenarios donde, más de la mitad, tenían finales tristes y depresivos. ¿Por qué diablos tengo que ser tan pesimista?

En varias oportunidades, volví a leer el mensaje para asegurarme que no estaba alucinando.

"Cariño, te recogeré a la salida. He reservado un lugar para cenar. Tengo algo importante qué hablar contigo", eso decía el bendito mensaje. Ni palabra más ni palabra menos. Esperé que enviara otro mensaje aclarando sobre qué debíamos hablar, pero no llegó nada más. Por supuesto, yo tampoco me atreví a enviarle una contestación en busca de explicaciones, no quería parecer muy desesperada. ¡Dignidad ante todo!; si iba a caer, iba a caer con orgullo.

Antes del almuerzo, Devon se acercó a mí y, despidiéndose con un "No te preocupes, todo estará bien", se marchó; por supuesto, después de pagar lo que había consumido. Yo ya le había dicho que no necesitaba pagar, es decir, somos como hermanos, pero él insistía cada vez en dejarme el dinero equivalente a lo consumido. "No porque seas mi hermana de corazón, quiere decir que me pueda aprovechar de ti. Además, si lo haces terminarás teniendo deuda por todo el tiramisú que pediré", cierto, Devon es un fanático empedernido del tiramisú.

Nos despedimos con un pequeño abrazo y se dirigió a la salida. Yo lo observé marcharse. Devon era un chico especial; si no hubiéramos crecido juntos, seguramente me hubiera enamorado de él. Tenía el cabello negro y lacio como su madre, que contrastaba de manera monocromática con su piel aterciopelada. Sus ojos pardos eran serenos y siempre estaban ocultos detrás de unos lentes de marco redondo. Devon era de esa clase de chico del que siempre puedes confiar y sabes que estará para ti sin importar la circunstancia. Era el mejor confidente y el más leal aliado. Mi mejor amigo y hermano.

Cuando pasó el mediodía y mis clientes se retiraron satisfechos, cerré el local y me fui a casa. Por suerte, esta no quedaba muy lejos de mi trabajo, así que fui caminando. Mi madre nos esperaba con su comida favorita: hamburguesas. A mí también solían gustarme, por lo que mis padres notaron algo extraño en mí al ver que ni siquiera había tocado la mía.

—¿Qué sucede, princesa? —mi papá fue el primero en preguntar.

—Nada. ¿Por qué lo dices? —fingí estar bien con mi mejor sonrisa, la cual no coló.

—Jaseth, es muy extraño de tu parte que dejes la comida —esta vez intervino mi mamá—. Cuando lo haces es porque algo te pasa.

—No me sucede nada. No exageren —dije riéndome como si lo que dijeran fuera una ridícules. ¡Diablos, que me conocen bien mis padres!—. Es que... sobró un tazón de fideos en el restorán y no quise tirarlos, así que los comí. Ma, tú siempre nos has enseñado que la comida no se desperdicia, ¿no es cierto, Aqui? —introduje a mi hermanito en la conversación, él asintió con la cabeza, más por inercia que por que estuviera verdaderamente interesado en la conversación. Parecía estar pensando en sus cosas.

—Está bien —pareció que al fin logré convencerlos—. Solo no te sobreesfuerces, ¿sí?

—Sí, mami, lo prometo —me levanté. Dejé un beso en la mejilla de ambos y me encaminé hacia la salida, antes tomando mi chaqueta.

—¿Ya vuelves? ¿Tan temprano? —me preguntó mi padre extrañado, ya que faltaba aún un par de horas para que volviera a abrir.

—Sí, tengo un par de cosas que hacer —dije—. Los veo en la noche —me despedí de ellos con un beso tirado al aire y cerré la puerta detrás de mí.

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