CAPÍTULO 20

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—Marcus, basta. No seas tan pesado. —La voz fastidiada de mi madre interrumpió mi ensañamiento. Y es hasta entonces que me di cuenta que me había quedado embobada contemplando la escena de mi hermanito riendo a carcajadas, con una enorme sonrisa pocas veces vista en él; y, a su lado, Dennis sonriendo divertido por la euforia de mi hermano.

Algo me decía que lo estaba dejando ganar a propósito esta vez. Me giré en mi lugar, dando una vuelta sobre mi eje para encontrar a mi padre rodeando el cuello de su esposa, la cual se encontraba sentada sin poder terminar su desayuno. Él la abrazaba por la espalda mientras le llenaba el rostro de besos y le dedicaba un sinfín de te amo.

—Voy a llegar tarde.

—Estoy tan orgulloso de ti. Todavía no te vas y ya te estoy extrañando.

Mi mamá logró librarse del enorme koala y, luego, se despidió de nosotros. La vi moverse nerviosamente, algo extraño en la personalidad templada de mi madre. Mi padre, que la conocía como la palma de su mano, tomó sus manos entre las suyas y las llevó a su boca para besar los nudillos ajenos.

—Todo saldrá bien.

—No lo sé, es una de las reuniones más importantes de mi vida. Nunca creí que mis libros terminarían convirtiéndose en bestseller y que ahora la editorial quiere negociar una secuela.

—Créeme, eres increíble. Esos editores estarán locos si te rechazan.

A mi madre, antes de irse, la vi sacudirse, como si intentara desembarazarse de toda la tensión acumulada para entrar, por fin, en calma. Y, a continuación, saludó a mi padre con un beso sorpresivo, que hizo sonreír al susodicho como un tonto, como un adolescente enamorado.

Le deseamos suerte y se marchó, ahora un poco más tranquila.

En el momento que la puerta de entrada dejó un sonido seco como señal de la salida de mi madre, lo que siguió a ello fue el suspiro decepcionado de mi padre. Él no tenía ninguna vergüenza de demostrar que su ausencia, por breve que sea, la sentía como una melodía sin notas, como la más triste de las canciones.

—Iré a adelantar los planos que tengo pendiente del trabajo —dijo para sí mismo y se levantó de la silla, luego lo vi perderse en el interior del pasillo, seguramente, en dirección a su oficina.

Pegué un pequeño bote cuando el joven moreno apareció detrás de mí. Me miró sarcásticamente y con una ceja levantada por mi reacción.

—Qué exagerada —concluyó y lo vi caminar hacia la heladera. De allí tomó una jarra de jugo y lo sirvió en dos vasos. Yo lo miré de brazos cruzados. Este mocoso ya se cree dueño de la casa que utiliza la heladera sin pedir permiso. Dennis me miró con una sonrisa, seguramente adivinando mis pensamientos. —Aquiles quiere jugo —me aclaró mostrándome el vaso, ahora lleno del líquido cítrico.

—¿Así que viniste a jugar con Aquiles? No te creo. Estoy segura de que es solo una excusa para molestarme.

Dennis, que ya estaba ocupándose del segundo vaso, detuvo el llenado a mitad de camino, dejó la jarra nuevamente sobre la mesada y se giró a mirarme con un gesto de estupefacción que yo quise creer que fue actuado.

—No subestimes el niño interior de un hombre. Por supuesto que estoy aquí por la consola.

Levanté las cejas a modo de sorpresa.

—¿Por la consola? Pensé que era por mi hermanito. Pobrecito, y él que te considera su único amigo. —Hice énfasis en único para agregarle más dramatismo e intentar tocar una hebra sensible en él.

Dennis soltó una risita y negó con la cabeza.

—No me hagas ver como el malo de la película. Claro que quiero pasar tiempo con Aquiles, es un chico genial. Pero también quería jugar unos minutos en la consola. No voy a negarlo —dijo y se encogió de hombros para restarle importancia.

Suspiré, pensé en dejarlo pasar, pero de repente recordé el problema principal y la razón por la que estaba enfadada con él.

—No me cambies de tema —lo exhorté—. Te había dicho que dejes de molestarme...

—Jas... —me interrumpió—, de verdad que estoy aquí por Aquiles, no por ti. No te creas muy importante.

Dennis, dicho esto, tomó ambos vasos y, mostrándome una sonrisa triunfante y socarrona, pasó lentamente por delante de mí en dirección a la sala, sin dejar de mirarme fija y provocadoramente. Yo me quedé viéndolo inmóvil y con la boca abierta, tanto que casi estrellé mi mandíbula contra el suelo.

La estúpida y astuta sonrisa de victoria fue lo último que vi del mocoso antes de que escapara de la cocina y volviera con Aquiles para tener la siguiente partida de carrera de coches.

La sangre hirvió de inmediato en mis venas al comprender que acababa de quedar como una idiota. El mocoso no dejaba de burlarse de mí una y otra vez y yo no podía hacer nada. Me dejaba engatusar por sus juegos como una marioneta en sus manos, y él lo sabía perfectamente. Era exasperante cómo siempre lograba sacar mi peor lado, provocando una mezcla de rabia e impotencia en mi interior.

Respiré hondo y me alejé en dirección al pasillo, tratando de controlar mi temperamento y recordándome a mí misma que no debía dejarme llevar por sus juegos. No podía permitir que sus burlas y provocaciones me afectaran de esta manera. ¡Yo era la adulta! Debía encontrar la manera de mantener la compostura y no caer en su juego. Después de todo, no iba a permitir que un simple mocoso me hiciera perder el control.

Iba refunfuñando en dirección a mi habitación, con intenciones de encerrarme en mi cueva hasta que el mocoso se dignara irse y me dejara a mí y a mi familia en paz. Por supuesto, en otras circunstancias, lo habría echado con una buena patada en el trasero, pero no podía hacerle eso a mi hermanito, y mucho menos cuando sus carcajadas se escuchaban hasta el pasillo. Me detuve cuando lo vi salir a mi padre de su estudio de manera alterada. Sus ojos temblaban con la peor de las pesadillas y en su mano sostenía su teléfono, aún con una llamada en curso.

El rostro desesperado de mi padre solo puede augurar una mala noticia.

Mi papá, se apoyó sobre la pared, en un intento de sostenerse así mismo, lo vi tan descompuesto que apenas podía coordinar sus piernas correctamente. Vi que llevó el teléfono nuevamente a su oreja, no sé qué fue lo que escuchó, pero lo que haya sido fue una gran impresión que lo obligó a soltar el teléfono y este cayó hasta el suelo haciendo un sonido sordo.

—Papá, ¿qué sucede? —El aludido no respondió, pero la expresión de su rostro fue suficiente para saber que algo terrible había sucedido.

Él, en ese momento, y sin darme explicaciones, salió corriendo por el pasillo, pasando a mi lado. Lo seguí velozmente hasta la salida, Dennis y Aquiles, que aún estaban en la sala, nos miraron preocupados por la extraña actuación. Lo perseguí hasta su auto. Los chicos salieron después de mí y se quedaron unos pasos detrás.

Insistí en preguntar:

—¿Qué sucede?

—Es tu madre... —respondió con la voz temblorosa y con indicios de comenzar a quebrarse.

Me quedé inmóvil a causa de la impresión. Un frío prístino me cohibió por completo. Sentí como si una nube de oscuridad comenzara a cernirse sobre nosotros, sobre nuestra familia. No entendía cómo, pero algo en mi interior, no estaba segura si era mi corazón o la mera intuición, alertaba de que algo muy malo se avecinaba.

Reaccioné cuando escuché que mi padre encendía el motor del auto.

—Espera, iré contigo.   

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