CAPÍTULO 26

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Me encontraba recostada sobre la ventana que daba a la sala comedor, miraba a Dennis y a Virginia hacer su trabajo. Mientras uno tomaba las órdenes, el otro les cobraba a los clientes. Había pasado una semana desde la conversación que tuve con Dennis aquí en la cocina, aunque más que una conversación fue solo yo perdiendo el control de manera unilateral, dejándome llevar por el llanto y el desahogo. Y, muy a mi pesar, se había sentido bien expresar aquello que tenía muy dentro de mí.

Y desde ese día han cambiado varias cosas, la principal y la más importante fue que, al volver a mi casa, después de que Dennis nos acompañara a mi hermano y a mí, encontré a mi padre con los planos acabados y él pulcramente bañado, tal y como yo le había pedido. Cuando nos vio ingresar por la puerta de entrada se quedó petrificado, viéndonos a los dos. Aquiles entró sin percatarse del gran cambio en nuestro padre. Aún era muy pequeño para entender algunas cosas.

—¡Quería jugar a la consola con Dennis! —se quejó. Mi empleado, por suerte, fue capaz de leer el ambiente y se marchó, pero prometió que jugaría con él en otro momento. —¡Tendré que jugar solo! —renegó y subió a su habitación a paso apresurado.

Yo, en cambio, me quedé en silencio, admirando a mi padre. Si bien sabía que no era el mismo de antes, podía ver que estaba haciendo un esfuerzo por recuperar ese algo de ese Marcus vivaz y fuerte que siempre fue.

—Recién terminé de hablar con el Sr. Johnson. Ahora le enviaré los planos y mañana asistiré a la reunión.

Sonreí. Fue una curva pronunciada y cerrada, donde no mostré ningún diente, pues tuve que apretar los labios con fuerza para sostener el nudo que se había alojado en mi garganta. No quería dejarlo salir, y, mucho menos, frente a mi padre que estaba haciendo su mejor esfuerzo por salir adelante.

—Perdón por preocuparte, Jas...

Negué y el nudo se hizo más molesto y doloroso.

Me adelanté y lo envolví en un abrazo. Presioné su espalda, que ahora se sentía más delgada, con fuerza. Todo este tiempo lo había necesitado; a mi padre, a mi héroe.

—Mi niña... —dijo en un hilo de voz y sentí como acariciaba mi cabeza.

Nos separamos con la excusa de que tenía que enviar los planos de inmediato. Me quedé unos segundos a la distancia, de manera sigilosa y sin ser notada, contemplándolo en su trabajo. Estaba orgullosa de que él fuera mi papá.

Además de mi padre, algo más estaba cambiando, y eso era mi relación con Dennis. Ya no me encontraba tan renuente a intercambiar palabras con él o tener una relación más allá de lo meramente profesional. Incluso puedo decir que nos estamos acercando a tener algo parecido a la amistad.

Amistad.

Fruncí los labios en un gesto de confusión. ¿Se puede ser amigo de quién amas? No sabía si estaba tomando la decisión correcta al dejar que se acercara a mí. No quería herir al chico al permitir que desarrollara esperanzas vanas de que en futuro pudiera cambiar yo de opinión. Él me había jurado que lo entendía y que no pretendía nada, pero...

Llevé una mano a mi bolsillo y sentí el papel arrugado crujir ante la presión. Esta mañana, cuando llegué primero al restaurant, encontré sobre el mostrador una carta y sobre la carta una rosa. La flor tenía un color rosa viejo en los pétalos y su tallo estaba repleto de espinas, nunca había visto una rosa tan espinada. Por suerte, alguien le había quitado las espinas antes de entregarla, como si no quisiera que yo me lastimara. Me pregunté cómo hizo quien las retiró para no lastimarse la yema de los dedos en el proceso. La misma me esperaba sobre una nota escrita a puño y letra:

Cuando la vi me recordó a ti, tan hermosa, pero que cuando intento llegar a ella me lastima.

No estaba firmada, pero el autor me era evidente. Aun así, ante aquella obviedad, no me atreví a cerciorarme con mi primer sospechoso. ¿Qué pensaría de mí si estaba equivocada?

Saliendo de la ensoñación, vi a Dennis acercarse con un gesto algo curioso.

—La mesa tres dice que tenían una mosca en la sopa.

—Bien, me disculparé con ellos y no les cobraremos por el almuerzo.

Dennis frunció el gesto en desacuerdo.

—Pienso que pusieron intencionalmente la mosca para no pagar. Sé lo cuidadosa que eres a la hora de preparar los platos.

Lo miré pensativa.

—Puede ser cierto, pero no tenemos ninguna prueba. Lo mejor es evitar una escena ante los demás clientes. ¿Tienes la cuenta de su mesa?

Dennis me extendió la impresión de la caja registradora y yo me sorprendí al ver una tirita de apósito cubriendo uno de sus dedos. La bandita tenía motivos floreados.

—¿Y eso? —pregunté curiosa.

—Me lo dio Virginia.

—Me refiero a cómo te lo hiciste.

—Recogiendo una rosa.

Lo miré en silencio. Tal y como lo había sospechado. ¿De quién más podría ser esa nota y la rosa?

—Si ibas a lastimarte, no debiste recogerla.

—¿Te preocupas por mí?

—Por supuesto que lo hago. —Dennis sonrió ampliamente ante mis palabras. —Eres mi empleado. —Y su sonrisa se disipó tan rápido como había llegado. Yo me sentí un poco culpable por jugar con él, pero no podía dejar de hacerlo, era divertido.

—Lo siento, no pensé que te preocuparía. Pero me recordó tanto a ti que no pude resistirme. A veces, las cosas más bellas pueden ser las más peligrosas, ¿no crees?

—Sí, como insinuársele a una mujer comprometida —le dije para retarlo, de cierta manera sentía que Dennis cruzaba la línea con mucha facilidad si no le ponías un alto.

—Por ejemplo —se carcajeó. Colocó la cuenta en mi palma y se apresuró a cambiar de dirección. —Jefa, encárgate de la problemática mesa tres. Yo volveré a la caja, los clientes se están amontonando.

—Sí, ve rápido. No te pago por vaguear.

Dennis levantó las manos en señal de rendición mientras se alejaba.

—¡Ya entendí, jefa! No sabría qué hacer sin tus regaños matutinos.

Sonreí mientras lo veía marcharse.

Cuando Dennis volvió a la caja lo vi intercambiar una sonrisa con Virginia. Ella le mostraba algo que había anotado en su libreta de pedidos y él se carcajeaba ante algo que dijo.

Entonces me di cuenta de que esos dos estaban muy cerca y se tenían mucha confianza. Virginia miró a Dennis con brillo en los ojos y una sonrisa embobada. Miró a un hombre como cualquier mujer enamorada, como un fiel vería a su dios: con adoración.

Fruncí el ceño. Esos dos en vez de trabajar se ponen a coquetear, ¡justo en frente de su jefa! No tienen vergüenza. Pero, después de pensarlo bien unos minutos, ¿acaso esto no era mejor? Si esos dos terminan juntos y enamorados, ¿no sería lo mejor para todos?

No pude sonreír ante aquella imagen de esos dos saliendo. Me crucé de brazos y mis labios temblaron. No sabía cómo sentirme al respecto.

Virginia es una buena mujer. Es dulce y no parece alguien que pudiera matar a una mosca. Estoy segura que ella es de las que salen lastimadas en una relación y no de las que hieren corazones. Una chica como ella es justo lo que necesita un chico como él.

—Bien, si es Virginia, supongo que está bien. Puedo aceptarlo.

Mis ojos capturaron de repente una pareja que me miraban con un gesto de enfado y entonces recordé la cuenta que aún tenía en mi mano.

—¡Cierto, la mesa tres! 

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⏰ Last updated: Feb 10 ⏰

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