CAPÍTULO 21

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Mi padre esperó a que todos subiéramos al auto antes de arrancar. Yo subí en el lugar del copiloto, y detrás se abrió la puerta, por ella ingresaron Dennis y mi hermanito.

Una vez que escuchamos la puerta de detrás cerrarse, mi papá no esperó más para arrancar el auto y hacerlo andar. Vi como sus manos temblaban sin piedad y se aferraban al volante con fuerza.

El recorrido fue un fúnebre silencio. Y el nudo que había estado aguantando en el fondo de mi garganta se rompió cuando vi que el auto estacionó en frente del hospital. Entonces lo entendí todo, entendí la gravedad, entendí los temblores de mi padre y sus ojos enrojecidos. Sentí que comenzaba a ahogarme, abrí mi boca, pero el aire no quería ingresar. Era como intentar respirar en agua. El aire denso era el presagio siniestro que indicaba que las Moiras habían comenzado su cruel juego.

El primero en salir fue mi padre y todos lo seguimos. Al momento de cerrar la puerta detrás de él, su cuerpo se hundió hacía atrás, como si comenzara a desvanecerse. Apoyó inconscientemente la espalda sobre la puerta, pero mantuvo los ojos abiertos, negándose a sí mismo a dejarse vencer por un desmayo de desesperación. Dennis, que era quien estaba más cerca de él, se apuró a tomarlo del hombro, para evitar que se desplomara. Mi padre se incorporó y comenzó a caminar hacia el umbral del hospital.

Mi padre se acercó hacia la recepcionista pidiendo información. No pude escuchar la conversación, pero lucía muy preocupado, al borde del colapso.

—¿Qué hacemos acá? ¿Dónde está mamá?

La pequeña voz de mi hermanito me trajo de vuelta a la realidad. Hasta el momento me había sentido enajenada como en un sueño denso, como flotando sin saber muy bien lo que sucedía a mi alrededor. Miré a Aquiles, su rostro inocente con un gesto de interrogación. ¿Cómo explicarle lo que sucedía si ni siquiera yo entendía la situación? Mentira. Nadie lo había confirmado. Pero en el fondo de mi corazón lo sabía. Aquella oscuridad fría que se cernía sobre nosotros era difícil de ignorar.

Dennis tomó la mano de mi hermanito y le dijo: "No te preocupes. Todo estará bien". Aquiles asintió no muy convencido. Era un niño, pero uno muy perspicaz y difícil de engañar.

Luego, seguimos a mi padre por el laberinto de pasillos. Supimos que habíamos llegado a destino cuando vimos a dos oficiales de policía hablando con un médico. Se trataba del doctor Angaraes. Un profesional de la salud, que, por azares del destino, siempre terminaba haciéndose cargo de nosotros. Cuando el doctor nos vio, colocó una expresión sumamente seria, algo muy extraño de él. Eso me alertó, el doctor era poco ortodoxo, y verlo sumamente formal me ponía la piel de gallina y hacía que me antecediera a lo peor.

—¿Está allí? —mi padre preguntó de manera temblorosa mirando hacia el interior de una habitación hospitalaria.

—No puede ingresar, ella está...

—Déjalo pasar —interrumpió el doctor a la enfermera como si supiera que no importaba lo que intentaran, lo que se hiciera, el destino ya estaba escrito y nada lo haría cambiar de opinión. La mujer se hizo a un lado y lo vi a mi padre perderse en el interior de la habitación.

Caminé hacia la puerta apresuradamente; pero, cuando vi la escena que se está llevando dentro, me quedé paralizada, mis pies no quisieron moverse del umbral.

—El accidente fue terrible. Un joven borracho cruzó en rojo e impactó con el automóvil de la mujer —informaba uno de los oficiales al doctor. Estaban a unos metros de mí y hablaban despacio, como pretendiendo que los murmullos no me llegaran. Sin embargo, pude escuchar muy bien la conversación.

—Doctor, ¿por qué lo dejó entrar? Debemos llevar a la mujer a cirugía de inmediato —cuestionó la enfermera.

—Ya no hay nada más que hacer —comenzó el doctor, entonces sentí que me envolvía una pesadilla—. Su estado es extremadamente crítico, con daños orgánicos severos, pérdida masiva de sangre. La cirugía tiene posibilidades nulas de éxito.

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