CAPÍTULO 4

68 14 9
                                    

A Bear se lo podía describir como un chico tierno, el más tierno de todos. Tenía ojos celestes detrás de unas pestañas espesas, cabello anaranjado difícil de domar y unos mofletes apapuchables. Nunca le oías levantar la voz, y era un chico que fácilmente se colocaba tímido. Era como un osito cariñosito, de ahí mi mote afectuoso para él.

Estábamos saliendo por tres años, y aún no entendía cómo había sido capaz de captar a un chico tan bueno. Talvez le había salvado la vida a un santo en mi vida pasada, no encontraba otra razón más lógica que el karma.

Ahora mismo estábamos camino a mi casa en su coche. El silencio reinaba, pero no era uno incómodo, no, se trataba de uno ameno que invitaba a intercambiar miradas cargadas de sentimientos. Él me sonreí con mejillas coloradas y pecosas, y yo le devolvía una risita cómplice.

—Me has hecho el hombre más feliz del mundo al ponerte el anillo —escuché la voz de Bear, mis ojos instintivamente viajaron a la sortija sobre mi dedo anular. No pude evitar sonreír.

—¿No me vas a invitar a un hotel a pasar la noche? —le pregunté y él me miró de soslayo—. Quiero decir, es una ocasión especial —dije acariciando el anillo en mi dedo. No era la primera vez que pasábamos la noche juntos, pero...

—Prefiero respetar a tu padre, ya que me da mucho miedo —dijo y lo vi estremecerse en el lugar, lo que causó en mí una pequeña carcajada. Pues, la última vez que pasé la noche fuera de casa mi padre armó toda una escena.

—¿Con que quieres ganarte a tu futuro suegro?

—Por supuesto —afirmó con convencimiento—. Además, no quiero morir el primer día de comprometidos —me dijo aparcando el auto frente a mi casa.

—Sí, no quiero quedar viuda antes de casarnos.

Ambos reímos. Bajamos del auto y comenzamos a andar hacia la entrada con nuestros dedos entrelazados.

—No, me tendrás contigo por mucho, mucho tiempo. ¿Crees que podrás aguantarme tantos años? —me preguntó cuando llegamos al porche.

Lo miré consternada.

—Eso debería preguntarte a ti. Tú eres un amor, la que salió loca como su madre fui yo. ¿Crees que podrás aguantarme?

—¡Por supuesto! —afirmó sin ninguna duda.

—¿Incluso cuando sea vieja?, no olvides que dicen que con la edad se empeora...

Él se carcajeó antes de contestarme. Me tomó ambas manos y las llevó a su rostro para depositar un besito sobre mis nudillos. Ese gesto me pareció súper tierno, tanto que mi corazón se encogió por exceso de insulina.

—No puedo esperar a que te vuelvas una anciana cascarrabias.

—Espero que mantengas tu promesa —lo amenacé—. No creo que a los setenta años otro anciano quiera aguantarme...

Bear se carcajeó y me miró un segundo en silencio. Su mirada fija me dejó algo incómoda. ¿Qué estaba pasando en ese momento por su cabecita anaranjada?

—¿Qué sucede? —le pregunté para terminar con el silencio.

—Nunca pensé que te figurarías a nosotros siendo ancianos y aún permaneciendo juntos.

Tanto Bear como yo estábamos avergonzados por sus palabras; lo sabía porque parecíamos dos semáforos —por lo rojo brillante— charlando y confesándonos nuestras fantasías del futuro.

—Cuando creo que no puedo ser más feliz, siempre me sorprendes.

—Bear... —dije entre avergonzada y acaramelada. Su confesión me había inundado de azúcar.

FLASH-SIDEWAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora