CAPÍTULO 8

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Cerré los ojos. ¿Y por qué cerré los ojos? Ni siquiera yo sé bien por qué lo hice, posiblemente se deba a que soy una cobarde y creí que al volver a abrirlos el morenazo se habría ido como por arte de magia. Pero ¿adivinen qué?, sí, Dennis seguía allí, parado frente a mí, y me miraba con un gesto curioso, seguramente preguntándose qué hacía en el medio del pasillo quieta y con los ojos cerrados. Apuesto que me vi como una rara.

Intenté romper la tensión comenzando una conversación, y lo mejor que se me ocurrió fue:

—¿Era tu madre? —Quise golpearme mentalmente, con esa pregunta quedaba como una metida y como una idiota. Una metida por preguntar quién era la receptora de su llamada, y una idiota porque la respuesta era una obviedad. Dennis claramente había nombrado a su madre mientras hablaba al teléfono.

—Sí, no pude llamarla antes, ya que allí tenemos varias horas de diferencia —Para mi suerte, Dennis contestó con naturalidad. Talvez era solo yo la que estaba sobreanalizando la situación.

—Ah —A mi mente llegó el recuerdo de una mujer de piel bronceada, hermosa y sensual. Supuse que de ella sacó Dennis sus dones de Afrodita—, creo que recuerdo a tu madre, fue hace mucho tiempo —dije intentando recabar en mi mente un poco más—. Cuando se fueron, tú eras muy pequeño, no sé si me recuerdas, éramos amigos —declaré a modo de pregunta y luego me señalé a mí misma. No sé por qué, pero tenía la imperiosa necesidad de comprobar que él se había olvidado de todo. ¡Por dios, era un niño de 6 años!, quería confirmarlo y desaparecer esta sensación incómoda entre nosotros dos. Sí, eso debía ser. Estaba exagerando, era la única que lo recordaba y tampoco tenía importancia, las promesas de los niños no las tiene —¿Te acuerdas de mí? —insistí.

Silencio.

Dennis me miró fijamente. Me pregunté si lo hizo porque mi pregunta lo tomó desprevenido o porque trataba de encontrar un rezago mío en su memoria.

Pero ese momento que se tomó en responder, fue tan minúsculo, que fue imposible de mi parte prepararme para lo que vendría a continuación; pues, el rumbo que encausaría la conversación me tomaría completamente —incluso con la guardia alta—, por sorpresa.

—¿Cómo voy a olvidarme de ti?, dejaste una impresión muy fuerte de niños.

Lo miré sorprendida. Pasé saliva, talvez mis esperanzas anteriores habían estado algo erradas.

—Ah, ¿sí? —pregunté, solo con el afán de que continuara hablando.

—Sí —asintió—, y eso no es lo único que recuerdo.

—¿A qué te refieres? —pregunté con extrañeza, pero presintiendo cierto peligro en sus palabras.

—También recuerdo nuestra promesa, pero parece que tú te olvidaste de ella —dijo de repente, con la voz sin ninguna carga emocional lo suficientemente evidente, luego miró la sortija en mi dedo, haciendo aún más evidente hacia dónde apuntaban sus palabras. Sentí una sensación extraña en mi dedo anular, como algo que me instaba a llevar mi mano detrás de mi espalda, para que sacara sus ojos de la sortija; pero no lo hice. Ya era demasiado tarde como para ocultarla, y además sería un movimiento de incomodidad evidente.

Mis labios se movieron, pero no formularon nada. ¿Y qué diablos podría decir a eso? Sus palabras eran ciertas, me había olvidado de nuestra promesa, pero eso no significaba que de recordarlo tampoco la hubiera respetado.

Le devolví la mirada, él se mantenía serio, expectante. ¿Acaso esperaba que yo respondiera algo?, ¿qué me disculpara?

Mi corazón había comenzado a latir como loco. Estaba a otra palabra de las suyas de sufrir un infarto. Y casi sufro uno cuando lo escuché lanzar una carcajada de repente. Mi pobre motor bobo no podía con tanto estrés.

FLASH-SIDEWAYWhere stories live. Discover now