Capítulo 7.

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En veces... odio amarla.

No sé si eso me hace una mala persona como ella o si eso me gana el puesto de ser su igual para merecerla. Ni siquiera sé si ese es un motivo de locura para encerrarme en un psiquiátrico. Lo que confirmo es que lo siento profundo como la astilla que se clava en la palma de mi mano cada vez que intento tocar una rosa.

Me aborrece la idea de estar sufriendo por alguien. Me desespera decir que ya no me importa y seguir buscándola por donde sea que me dirija, por donde sea que me encuentre. Si llego a mi habitación después de clase busco una maleta en mi puerta que diga que se arrepintió y regreso por mí. Odio la decepción que experimento cuando pasan los días y ella no se ha contactado. Me asquea que cada vez que veo una mata de cabello negro mi corazón late por la esperanza de que sea ella. Quiero golpear a mi conciencia cada vez que ésta me dice que amarla no es saludable para mí. Me odio incluso a mí mismo por haberla soportado cuando todo indicaba que era mala.

Pero definitivamente odio cómo la amo. No es algo que es forzado a sentirlo. Es como cuando pisas la arena y caminas por la orilla del mar, una ola te golpea en los tobillos y te hace tambalear, sonríes porque es el primer toque con el que te conectas con la naturaleza y te refresca de los fuertes rayos sol.

Despertar sabiendo que todo seguía de colores tan básicos, imposibles de cambiar, hacía que amara el odio. De alguna manera me recordaba que todo era así por una falla de alguien más y no mía. No es que echarle la culpa a alguien fuera digno de un caballero de brillante armadura que combatía todo tipo de nomos del bosque y brujas malvadas, pero a veces sólo quería no ser ese chico. Figurarme a alguien más y pasar desapercibido entre los miles de millones de habitantes alrededor del mundo, porque el efecto estrella que tenía Anna Molly en mí era el sentir más que nadie y menos que ella, alguien que no era un nombre más en la larga lista de registros de nacimientos; me hacía sentir tan maldecidamente especial entre todos, que era una paz sentirme tan mundano.

La primera vez que ella me hizo sentir especial no lo recuerdo, quizá fue un poco antes de cumplir los doce o después de los trece, da igual el momento exacto porque lo descubrí cuando tenía los catorce. Ella negará ante todos que no fue real, que sólo es un desorden mental que se inventó un marginado para crearse popularidad, pero mis recuerdos son reales, tal vez no precisos, pero definitivamente auténticos.

Anna Molly en sus catorce años era la cúspide de las chicas hermosas. Ella todavía cree que nadie lo notaba, pero, hombre, ella era venerada a kilómetros por miles de ojos lujuriosos en secundaria. No había ningún chico que no hablara de ella, de su capacidad con las palabras, de lo bien que se veía meneado sus caderas y balanceando su trasero cuando algo la animaba. En las duchas después de deporte se volvía el sitio clave entre los chicos para desparramar cierta información sobre sus conquistas o las que quería que fueran suyas, nunca participé en dichos intercambios de masculinidad para marcar territorio acerca de alguien, pero eso me volvía sordo para los demás. Juro que nunca había escuchado un nombre de chica en la boca de todos. Ellos hablaban de las miles maneras en la que conseguirían tenerla una noche o varias, el número no era relevante siempre y cuando fuera Anna Molly en las miles posturas que a un adolescente de poco experiencia se le podrían ocurrir (apostaría cien dólares a que ellos con sus edades sólo conocían la pose del misionero, pero se creían los experimentados que Dios jamás creo). Pero las fantasías se pinchaban cuando recordaban que ella era más imposible que la luna.

Cuando la mirabas y de verdad te dabas cuenta de todo lo que era por dentro y por fuera, a tu mente parecían jugarle una alucinación de que su frente estaba marcada con la palabra "IMPOSIBLE" con letras rojas. Nadie era estúpido, preferían mirarla de lejos, olvidar su pequeño enamoramiento por ella y seguir adelante por carne femenina que diera la palabra en su frente de "ADELANTE" con letras verdes. Lo más cercano que podían conseguir de la hermosura de piel canela con ojos redondos y grises, cuerpo sorprendentemente curvilíneo para alguien de catorce y altura perfecta, eran las rubias con las que se codeaba. Los chicos son así de simples, no les gusta jugar a lo difícil cuando hay una segunda opción que será más cómoda y menos extenuante. Y estoy hablando con el proverbio ellos y no nosotros, porque no entré en la categoría de ir por lo fácil. Tal vez si hubiese sido simple no estuviera encantado por ella y no le hubiera entregado mi corazón para deshacerse de él quemándolo como ropa vieja.

Las morenas preferimos a los rubios.Where stories live. Discover now