Capítulo 13.

354 29 23
                                    

El elevador se tarda en avanzar hasta el piso dieciséis ya que, en cada piso que subimos, gente aborda o sale. Me tenso un poco más por la compañía; algunos ya han logrado reconocerme y están sobre de mí murmurando, perturbándome con sus acusaciones visuales, más no expuestas verbalmente. Todos deben creer en las bajezas que se rumorean.

Jamás he sido de las que bajan el rostro ante las difamaciones, malos entendidos, o mis propias maldades para los demás, y no comenzaré a hacerlo. Lo que hago, me lo deben; lo que me hacen, me lo gané; lo que haré, se lo merecen. Bajo esa filosofía me rijo y no permitiré que hagan sentir ultrajada, humillada y mal conmigo misma; más sé que él único que tiene derecho a hacerme sentirme todo eso es Justin y ningún otro.

Mis extremidades están temblando en cuanto llego al piso deseado. Verifico en un letrero verde pegado en la pared frente a la salida del elevador para la dirección de la habitación; según el informe es hacia la derecha, casi terminando el pasillo. Me dirijo por ahí. Cuando llego a una barrera representada en puerta de vidrio, un guardia de seguridad me pide mi pase de entrada, le doy el trozo de papel que Justine me concedió.

Hay enfermeras y doctores que deambulan con sus cabezas metidas en el expediente que traen entre manos, inmunes a cualquier presencia y, obviamente, sin reconocerme; cada uno está demasiado entretenido en sus deberes. Pocos son visitantes. En la sala de espera son sólo cuatro los que están pendientes de cualquier doctor que pasé, miran a cada uno con una esperanza cortada, quizá sabiendo que alguno les traerá las mejores noticias o las más malas.

Me concentro en cualquier pequeñez que pasa frente a mis ojos, porque cualquiera ayuda de olvido en mi realidad me distorsiona los recuerdos. No es que el ambiente del hospital sea alentador para mis ánimos, pero estoy tan desesperada por figurarme en otra situación que imagino que es actuación mi aparición.

Más el olor...el olor del hospital. El olor es real. Jamás lo podré olvidar. Es repugnante sin llegar a ser asqueroso; es cloro con algo más esterilizado; es insoportable aunque sea pulcro.

No te destruyas, enfócate.

La puerta es sencilla. Madera color caoba.

La mano me retembla cuando toco el picaporte, suelto inmediatamente aquello y la restriego contra mi pantalón; ganó unos segundos para tranquilizarme, sabiendo bien que debería estar compuesta para lo que sigue. Él no debe verme acabada, aunque estoy destruida.

No eres bienvenida a entraresa voz hace que se me halé la piel.

Nadie te creerá, niñita. No trates de ascender de tu puesto marginal tratando de atrapar con una calumnia.

Es un recuerdo que ahora me causa más desasosiego.

Encaro al desalmado, deshonorable, hipócrita, alabado y Gran Sr. Wallace. Me topo con el rostro que yo asocio con mucha ira y odio, por el cual muchas de mis desgracias fueron protagonizadas. Él es una fuerza mucho más malvada que la mía, pero contrario a mí, se esconde tras una figura de bondad que sólo los ruines podemos olfatear.

Si antes su cabello estaba salpicado por canas por ahí y por allá, ahora son más notorias casi al punto de ser completamente blanco. Sus ojos marrones están más decaídos. Su piel es arrugada debajo de su barbilla. Ya no es tan apuesto como solía serlo como cuando yo acudía a sus eventos en su mansión, creo que ya ninguna mujer le suspira por ser tan suculento; de hecho su estructura masculina atlética se desmorono en cuanto comenzó a subir de peso. Ahora lo único que podrían encontrarle apetecible las mujeres son sus millones.

Salgo del efecto sorpresa. Estoy segura que esa perra de Justine me tendió una trampa. Ella no podía controlarme, así que mejor me envió hacia la horma de mi zapato. Esto de no pensar bien me está desarmando contra mis enemigos.

Las morenas preferimos a los rubios.Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum