Parte 3.

454 30 10
                                    

Justin

Quiero que leas sin juicios, como si fueras un lector entusiasmado con el epílogo en sus manos de su último libro favorito. Porque aquí es donde descubrirás cómo es que un criminal que no ha hecho otra cosa más que manchar sus huellas de sangre, dejando un desbarajuste de muertes, se le quiera perdonar.

¿Quieres que te escriba y acepté lo que tú siempre has supuesto de mí? Bueno, pues aquí tienes lo que quieres. Estoy cediendo por ti.

Yo siento que...

Siento que he triunfado desde el momento que comprendí que lo mejor para mí era separarme de ti. Desde el momento que decidí que tú eras una pared que me truncaba, que me impedía llegar a lo que realmente quería. Planeé destruirte y dejar hecho pedazos los escombros a mi paso.

Mi plan ha funcionado con tanto éxito que hasta he logrado que me odies.

¿Quién lo diría? El hombre que no para de ser nombrado por todas sus obras de caridad es, también, un humano que se le cruzan los problemas y no es tan perfecto porque odia a una mujer desvalida.

¿Qué pasó con lo que te enseñaron en la doctrina de tu iglesia? ¿A caso no te dijeron que deberías amar al prójimo como a ti mismo?

Te pido: no busques ser el bueno de los dos, no trates de justificar tu repulsión contra mí, porque vi el odio en tus ojos cuando me zangoloteaste el brazo cuando irrumpiste en mi trabajo.

Me superaste, Justin, yo jamás llegaré a odiarte, pero supongo que eso será lo que me falta para estar a tu nivel. Sólo así podremos estar caminando en el mismo piso.

¿Fue eso lo que me dijiste una vez, no? Algo así como que no estabas a mi altura y te rebajabas a mi valor porque me amabas. Creo que fue algo por el estilo. Pero deja de preocuparte, porque ¡te traigo noticias interesantes!

Nunca me atrajiste.

Jamás me causaste nada.

Fuiste un ser inerte en mi acelerada vida.

Te utilice más veces de lo que los dedos de mis pies y manos pueden contar.

Por lo tanto no podía importarme menos lo que tenías que hacer para ganarme. Bueno, lo que pensabas que hacías para ganarme mientras yo me reía de tus idiotas intentos.

Me sentía tan poderosa manipulándote, arrebatándote tu tranquilidad para que te involucras en mi desenfreno.

Lo que más me gustaba de tener tu control era que, aunque sabías que te utilizaba, lo seguías permitiendo porque el estúpido y loco amor te cegó.

Yo aborrezco el amor hacia los demás. Nunca es desinteresado, siempre te quita y no te da nada, pulveriza todos los bienes egoístas, dejándote hueco y vacío donde antes había amor propio.

Eso es justo lo que te sucedió y que yo le huía.

Te quité todo. Te debilité. Siempre quise más y me lo diste. Me gustabas.

Y no. No te confundas, porque tú, en sí, no me gustabas de la forma en la que lo imaginas. No me gustabas del nada en ese sentido.

¿A quién podría atraerle ojos tan claros como los tuyos, casi verdes cuando te iluminaban con una linterna? ¿A quién podría atraerle tu pelo rubio y acomodado sin un cabello fuera de posición inmaculada? ¿A quién podría atraerle tu sonrisa perfecta con dientes blancos y relucientes, que fueron chuecos una vez y arreglados con aparatos? ¿A quién podría atraerle tu rostro terso y suave, donde antes existieron relieves por el acné? ¿A quién podría atraerle tus brazos fuertes, pectorales y un abdomen marcado por seis cuadros si antes fuiste tan flacucho como la delgadez de una aguja? ¿A quién pudiste haber enamorado con todas tus frases románticas, mensajes de textos con dedicatorias de canciones, llamadas por la noche para conversar de nuestro día? Y por último, ¿a quién podría atraerle un chico rico que será dueño de media ciudad de New York pero el cual no demuestra presunción tan sólo agradecimiento con Dios?

Las morenas preferimos a los rubios.Where stories live. Discover now