Capítulo 1.

1.3K 47 4
                                    

13 años. 

        Grace ofrecía la mejores fiestas de pijama de la historia desde que ella cumplió los diez y organizó la primera en su grupo de amigas (eso es la que escuché). Nunca había asistido a una organizada por ella o a una pijamada, para el caso,  porque, bueno, no soy de ningún club selecto de amistades. 

Para ser honesta, jamás he sido invitada a una fiesta de pijamas y no creo que mi madre me hubiera dado su bendición para ir. Mamá tiene la tendencia lunática a no confiar en nadie, sobre todo en los padres de las otras chicas, cree que podrían violarme o secuestrarme. Así es mamá: sobreprotectora y siempre pensando lo peor del mundo. Suelo decirle que si va a pasarme algo, pasará aún si ella me cuida hasta de los microbios, porque nada es altamente confiable. Con ese alegato callé su discurso acerca de la inseguridad de las casas ajenas y la posible violación o secuestro de unos padres desconocidos, me gané el permiso para venir, pero se aseguró de tener la dirección y el número telefónico de donde me iba a quedar en la noche, por si acaso.  Ella dijo que le preguntará a  papá si él accedía a dejarme ir, y así lo hice. La repuesta de él  fue  "Pregúntale a tu mamá".  

        Así es como, casi milagrosamente, pase de ser la chica-solitaria-de-mi-habitación a la chica-con-amigas-en-fiesta-de-pijama.

        Conocí a esta chica, Miranda, en mi clase de piano, la cual conoce a Grace desde que corrían en pañales por toda su mansión perseguidas de sus niñeras rusas. Me puse feliz de agradarle a Miranda con mis comentarios sarcásticos sobre la profesora y su enorme trasero que desprende un olor fétido. La hacía reír demasiado y tuvimos esta conexión contra las clases con nuestro ningún talento para piano. 

Comenzamos a salir por un helado después de terminar nuestra práctica y de ahí comenzamos a entablar conversaciones más profundas. Nos dimos cuenta que somos muy parecidas y nuestra amistad fue avanzando. Hemos ido a las mismas instituciones de educación desde, prácticamente, bebés en guardería, pero, como es obvio por mi aspecto, no me había considerado material amistoso para su grupo. Fue hasta que un día me preguntó a cuál escuela asistía, casi quise morir de vergüenza, porque aunque siempre yo he sido la que noto a sus amigas y ella caminar por los corredores o dejando sus cosas en los casilleros, asechándolas como una psicópata, ellas jamás se fijarían en mí para ser amigas, así que la respuesta a la pregunta fue decirle que me acaba de transferirme a John Wilson en el octavo grado de escuela intermedia. Miranda dijo que era una suerte que estuviéramos en la misma escuela. No le dije que era parte de mi plan que sucediera.

        No fue casual que estuviéramos en la misma clase de piano. Las casualidades yo las domino. Las consecuencias de las casualidades eran el punto a donde me dirigía.

        La consecuencia era entrar a su grupo social de amistad.

        No  era una obsesión investigar afuera y dentro de la escuela a cada una de las 3 hermosas rubias que formaban el grupo de más selecto. Era una distracción de mi vida aburrida; entretenido cuando no había nada más que asechar. Nada con quien pasar el rato.   

        Me he convertido en una detective que busca pistas de cómo encajar en la vida adolescente. Quiero saber cómo es que ellas se muestran siempre tan impenetrables y petulantes en la lejanía. Tengo la curiosidad de descubrir porqué ellas no me notan en un día normal de escuela y porqué sí notan a las demás chicas y chicos a su alrededor. ¿Qué tendré para parecer invisible para personas brillantes en popularidad? Ni siquiera pueden verme para ser blanco de burlas. Cualquiera pensaría que una desadaptada está enferma de sufrir insultos, pero cuando digo que nadie me nota, es en el nivel literal.

Las morenas preferimos a los rubios.Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu