❝ Capítulo XXVII ❞

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8 de agosto
Versalles, place Saint-Louis
11.55 AM

Mientras todos los disturbios se daban en la zona céntrica de París, la ciudad burguesa ubicada en los suburbios occidentales al oeste se encontraba de fiesta. Una hermosa ceremonia se estaba dando en la iglesia de San Luis, lugar tan precioso como una hermosa obra de arte a la vista de los demás, con suelos decorados con baldozas de mármol pulido y columnas enormes que alzaban la hermosa capilla. Los vidrios de colores brillaban gracias al sol y mostraban las imágenes delicadas de los santos junto con la presencia de la virgen Maria. 
Habían candelabros que colgaban desde el alto techo y hermosas figuras que decoraban en los palcos de los balcones superiores, el recorrido al altar. Las velas también eran parte de la escena y como era de esperarse, serían cruciales a la hora del decorado. Desde fuera podía oírse el sonido de las voces animadas que hacían eco en la gran sala a la espera de la dulce novia, algunos reían y otros simplemente charlaban para pasar el rato.

Detras del gran pórtico que separa a los invitados de la novia, se encontraba la protagonista de esta hermosa ceremonia, Elizabeth. Junto a ella estaban sus preciadas amistades que de vez en cuando miraban hacia el otro lado, asegurándose de que todo estuviera bien para la gran entrada de su compañera.

—Dejame darte un poco más de color— la pelirroja soltó, pellizcando las mejillas de Lizzy.

—Zoé, terminarás por lastimarla— Caroline observó el gesto con preocupación, de por si, Elizabeth ya tenía sus mejillas rojas por la timidez.

—Bien, creo que ya estás.

—Al fin, poco más y le quitas las mejillas— la rubia se acercó con el ramo de flores.

—Iud, Rosas blancas, sabés que a Lizzy le gustan las margaritas— nuevamente la castaña acotó.

—No conseguí, nos olvidamos del ramo y agradezcan que fuí a buscar uno— ella las señaló con el ramo antes de acercarlo a la joven Americana con una sonrisa. —Oh, te ves preciosa.

¿Cómo no se vería preciosa? El vestido blanco resaltaba sus hermosos ojos y volvía su piel más luminosa, aquellos detalles con piedras en el corsé lograban dar un toque totalmente delicado y ni hablar de la falda del vestido que caía en pliegues hasta el suelo, era tan sencillo que incluso aquello le daba ese toque elegante. Su cuello era adornado por aquel collar que Stefano le había obsequiado y sus aretes eran esos delicados que Caroline le había comprado. Su cabello estaba recogido en una trensa que llegaba hasta la cintura y si cabeza llevaba un precioso adorno de piedras y perlas.

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