❝ Capítulo XXXVII ❞

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0.37:

Paris, Francia

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Paris, Francia.
Café Théâtre.

Había pasado varias semanas desde la última vez que Arno había visto a Elizabeth, él sabía que posiblemente debía de estar ocupada en sus tareas haciendo un plan o evadiendo a Marie mientras intentaba advertir a su familia en américa. Suponía que entonces no la vería por un tiempo, quizás incluso hasta que supieran exactamente lo que harían con Rouille.

Sus ojos marrones divagaron por la carta que sostenía en sus mano derecha, releyendo la letra de su amante, Elise. En la esquela ella rememoraba momentos divertidos que ambos habían pasado en su infancia, travesuras y cosas tan vividas para Arno que incluso le hacía extrañar aquellos momentos más de lo que debería. Todo se había vuelto tan difícil después de la muerte del padre de Elise.

—Las cosas no salieron como esperaba, podría ser mejor— se habló y levantó su cabeza. Oyó tres golpes fuera de su puerta y por las voces que venían detrás, reconoció a sus amigos. —¡Está ocupado!

—¡Muy gracioso, Arno!— Gerald recriminó antes de abrir la puerta y pasa.

—¿Estás bien? Desapareciste de la hermandad por días— Demetri se acercó estando detrás de Philip.

—No he tenido mucho que hacer más que estar en mi habitación.

—¿Has tenido compañía o eres desprolijo por naturaleza? mon Ami— Gerald volvió a hablar para mirar a su alrededor, la habitación era un caos.

—Podría decirse que he tenido compañía por la noche.

—No la pasas para nada mal— Philip bromeó, caminando para ver la chimenea encendida, hacía mucho frío.

—¿Qué hay de ustedes y sus damas? ¿No tienen nada mejor que hacer?— Arno dejó la carta y se levantó de la silla para ir al balcón, se apoyó en el barandal de mármol mientras miraba hacia abajo.

Tenía una bella vista al puente que conectaba a la isla con el resto de París. La gente caminaba como sí Francia no se estuviera cayendo a pedazos o como sí la revolución no hubiera deteriorando la cordura de aquellos que alguna vez, la tuvieron. Los mercaderes seguían vendiendo lo que podían y la gente compraba lo necesario, además, ninguno podría darse muchos lujos debido a la situación tanto política como económica del país.

—¿Oye?— escuchó la voz de Gerald y ante esto se volteó para verlo. Los tres estaban a sus lados.

—Realmente, no te ves bien.

—Bien— el francés de capucha azul miró hacia el cielo unos segundos. —Estoy preocupado, ¿si?

—¿Por qué?— Philip levantó su ceja.

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⏰ Last updated: Apr 05 ⏰

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