❝ Capítulo XVIII ❞

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0.18:

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Los pasos cansados de la Americana se detuvieron en una plaza del distrito de Arsenal, cruzando el puente.  Respiró devolviéndole aire a sus pulmones y se propuso caminar más lentamente. Con pasos cansados y una respiración agitada se sentó cerca de la fuente en dónde pudo relajar sus músculos, sus pies ardían.

—La próxima vez, no correré— se quejó sujetando su cabello en una coleta que sostenía con su mano, dándose aire con su mano libre.

—Veo que has estado ocupada— la voz divertida de la templaria que se había aparecido frente a ella la hizo reír.

—Un poco— levantó su mirada para verla.

Elise le dedicó una cálida sonrisa antes de sentarse a su lado. Levantó un papel y se lo entrego cuando la vio más tranquila, se trataba de una carta. Elizabeth la tomó en sus manos con cuidado y rompió el sobre para ver el contenido, lo leyó con tranquilidad.

—Stefano sigue mandándome cartas, tratando de advertirme de los movimientos de Germain.

—Le pedí que te mantuviera al tanto de todo, aparte de él, tú eres importante para terminar todo esto— la observó finalmente.

—¿Qué pasó con Arno está vez? Leí tu carta hace unos días.

—El concejo está muy exigente. Después de lo de Mirabeau lo tienen entre ceja y ceja, supongo que tiene que cuidar sus pasos.

—Al menos no le dieron la misión a otra persona, de lo contrario podrían haber problemas graves— la pelirroja se acomodó mirando las calles.

La primavera estaba haciendo que todo se viera más hermoso y colorido. La suave brisa la hacían sentir bastante cálida comparado al horrible clima fresco que habían tenido hasta poco más de mitad de abril, por suerte ahora venía la temperatura templada que a ella le gustaba. En cuanto a Lizzy, su estacion favorita era el invierno, ¿Por qué? Claramente por la nieve. Una sola vez al año podía ver el exquisito blanco extenderse por el suelo. ¡Era magnífico! Aún que, también adoraba la primavera, porque veía renacer aquellos árboles que se habían quedado sin hojas y podía ver en directo las hermosas flores volver a la vida.

Amaba pensar en eso, le gustaba pensar que era un flor. Una pequeña margarita que sobrevivía a las mares del otoño, calentaba en invierno y se preparaba para brillar en primavera, quemando la nieve que la dejó petrificada por un bien tiempo. Hasta ahí íbamos bien, ahora, cuando llegaba el verano sinceramente quería ser arrancada y tirada al río Garona.

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