❝ capitulo XXXVI ❞

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Lizzy.

Hacienda Davenport, Massachusetts.
16 de abril de 1789.

El clima era cálido por la mañana cuando desperté, ese día me preparé como habitualmente lo hacía y desayuné lo mismo que el día anterior, mi madre preparaba huevos revueltos y leche tibia para mí y mi hermana. Me encontraba mirando por la ventana de la sala cuando oí a mi hermana menor hablar con mi mamá. Estaba emocionada porque mi padre volvería a casa después de dos semanas fuera. Sonreí al escuchar lo emocionada que estaba porque papá volviera a casa.

—Io:nhiòte— la llamé y me acerqué a ella.

—¡Izzyta!— gritó, abrazándome en cuanto me tuvo cerca. Ella tenía siete años, yo, en cambio, catorce.

—¿Estás feliz porque Raké;ni volverá?

—¡Raké;ni me prometió salir a casar cuando viniera!— me respondió. Le sonreí y besé su mejilla haciendo un sutil ruido, con razón estaba tan contenta de la vuelta de papá. Levanté mi cabeza para ver a mi madre acercarse con mi hermano en brazos.

—Madre.

—Oí a tú padre hace unos días, dijo que la gente de la hacienda necesita ayuda con sus actividades— la escuché, levante mi ceja con curiosidad.

—Creí que podían hacer algo tan simple como cocechar...— susurré y mi madre soltó una risa. Generalmente era yo quién daba una mano a los habitantes, eran tareas sencillas como... Llevar agua o comida o ayudar con los cultivos.

—Si pueden, pero la mayoría son personas de avanzada edad, cariño— me respondió y ladeó su cabeza con diversión, yo solo sonreí ante su comentario.

—Esta bien, ayudaré a la gente de la hacienda— rodé mis ojos con una sonrisa. No me molestaba para nada, solo bromeaba con mi madre.

Mi madre acarició mi cabello y besó mi frente con amabilidad, todo lo que ella hacia, lo hacía de manera tal que demostraba todo su cariño con solo un pequeño gesto. Sus besos eran suaves y sus caricias tiernas, mi madre era la personificación de la palabra cariño. Por eso mismo era tan querida en la hacienda.

—Ten cuidado cuando salgas— me advirtió, por supuesto que yo ya sabía los peligros en la hacienda. Desde pequeña me habia criado con el conocimiento de las bestias salvajes.

Miré a mi hermana y besé su cabeza con amabilidad una vez más y mi madre le alcanzó su mano para caminar. Las ví alejarse con lentitud y no pude evitar sonreír ante la imagen. Papá adoraría ver esta escena con sus propios ojos, amaba a mi madre y siempre que podía verla interactuar con sus hijos, él era la persona más feliz del mundo, podía verlo en sus ojos.

Assassin's Creed: revolución Where stories live. Discover now