❝ Capítulo XXXIII ❞

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『  🌼  』

3 de enero de 1792.
Cuatro meses después.

Sí Lizzy tuviera que describir como fué el año pasado, sería totalmente un dolor de cabeza. Era casi imposible siquiera pensar todo lo que había pasado en tan solo un año, es decir, ser aceptada en la hermandad, tener que casarse con un templario y hombre que apenas conocía y  como sí fuera poco, unirse a los templarios en contra de su voluntad para sobrevivir. En este último tiempo las cosas se habían vuelto un poco más tranquilas, se mantuvo con un perfil bajo para no llamar la atención mientras trabajaba como una espía entre los templarios. Por supuesto que el concejo estaba feliz con esto.

En cuanto a todo el séquito que estaba con Germain, los más cercanos como Marie y Le Touché, se habían relajado ante la idea de que Elizabeth hiciera algo, aparentemente pensaban que la chica se quedaría de brazos cruzados viendo como tomaban toda Francia. Más allá de que la vigilaban constantemente, ya habían dejado de seguirla cada vez que hacía algo, así que, tuvo cierta libertad.

Ahí estaba ella ahora,  caminando por los pasillos de la mansión de Marie a paso ligero. Llevaba un vestido color celeste pastel que tenía detalles en plateado y encajé en tanto hombros como falda, era sutil pero también muy elegante, además de ser de manga larga ya que estaban en pleno invierno. Mientras ella casi corría por el pasillo, sus dos criadas iban detrás de ella, casi corriendo a su lado.

—Madame Lizzy, no debe correr.

—No me llames "madame", Amélie, solo tengo dieciséis años.

—¡Diecisiete en un mes, madame!

—Más de un mes— Elizabeth sonrió y trotó levemente, riendo en el proceso.

—Por favor, espere— Amélie sostuvo una capa con capucha que llevaba en sus brazos, intentando que se viera como ropa vieja.

—Lo siento, pero no tengo mucho tiempo, sí no me apresuró...— Elizabeth se detuvo en seco cuando se encontró de frente con Marie Levésquez. Hizo una reverencia bajando su cabeza y cuerpo, algo que se había acostumbrado en señal de falsa estima pero que servía para hacerle creer que le tenía cierto respeto a su suegra. —Madame, creí que estaría en el hotel Beauvais.

—La reunión se adelantó, querida. Veo que estabas llendo a algún lugar— ella

—Si, si, madame— Elizabeth sonrió y junto sus manos delante de su cuerpo, una postura que había adaptado de su institutriz.

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