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Media res. Aturdidor. Sacrificio. Baño de aspersión. Esas palabras retumban en su cabeza una y otra vez. Lo golpean. Lo destrozan. Pero no son sólo palabras. Son la sangre, el dolor denso pero desagradable a su olfato, pensamientos y recuerdos que aparecen durante la noche, en sus sueños, en su mero estado inconciente. Todo el tiempo. Lo agarran desprevenido. Se despierta con una capa de sudor cubriendo su cuerpo, porque sabe que le espera otro día de faenar humanos.

En realidad nadie los llama así. Bueno, él tampoco los llama así cuando llega un nuevo empleado al frigorífico y tiene que explicarle el ciclo de la carne. Enciende un cigarrillo y lo acerca a sus labios levemente. Seria ilegal llamarlos así. Podrían arrestarlo o incluso llevarlo al matadero municipal y procesarlo. Tal vez la palabra exacta sea asesinar, pero no la permitida. Inhalando el humo del cigarrillo hasta sus pulmones, trata de despejarse de la idea de que, eso son, humanos. Humanos criados para ser parte de un mercado, criados para ser animales comestibles.

Va hacia la heladera para servirse un poco de agua helada en un vaso. La toma despacio. Su mente entiende que hay palabras que encubren el mundo. Palabras convenientes, higiénicas. Legales.

El calor lo sofoca y se acerca hacia la ventana. Como siempre hacia, decide subirse al marco de ella y apoyarse contra un extremo para mirar el cielo. Trata de inundarse en el aire seco de la noche mientras termina de fumar el último cuarto de cigarillo que le queda. Con las vacas y cerdos era otra cosa. Más fácil, pensaba. Un oficio aprendido en el frigorífico Kwangya, el frigorífico de su padre, su herencia. El sonido que podía llegar a hacer un cerdo cuando lo matabas era petrificante. Sí, era espantoso. Pero se usaban protectores auditivos y se convertía en un sonido más. Siendo, actualmente, la mano derecha del jefe lo volvía la persona con más confianza para él, por lo que debía encargarse de preparar y controlar a los nuevos empleados. Enseñar a matar es peor que matar.

Asoma la cabeza por la ventana, inhalando el aire opresivo que quema. Desea adormecerse y vivir sin sentir nada. Actuar mecánicamente, observar, respirar y nada más. Verlo todo, saber y no expresarlo. Pero los recuerdos persisten, siguen presentes. Muchos han aceptado como natural lo que los medios insisten en llamar "La Transición". Pero él no lo ha hecho, porque sabe que el término "transición" no refleja la brevedad y la crueldad del proceso. Es una palabra que simplifica y clasifica un acontecimiento inconmensurable. Una palabra vacía. Cambio, transformación, giro: sinónimos que aparentemente significan lo mismo, pero la elección de cada uno de ellos revela una forma única de percibir el mundo. Todos han naturalizado el canibalismo, reflexiona. Canibalismo, otra palabra que podría acarrearle graves problemas.

Recuerda cuando se anunció la existencia de la GGB. La histeria masiva, los suicidios, el miedo. Después de la GGB, se volvió imposible continuar consumiendo carne animal, debido a que transmitían un virus letal para los seres humanos. Ese era el discurso oficial. Las palabras con el peso suficiente para moldearnos, para sofocar cualquier duda, reflexiona.

Caminando descalzo por la casa, siente el impacto del cambio definitivo que ocurrió después de la GGB. Se realizaron pruebas de vacunas y antídotos, pero el virus resistió y mutó. Recuerda los artículos que hablaban de la venganza de los veganos, los actos de violencia contra los animales, los médicos en la televisión explicando cómo reemplazar la falta de proteínas, y los periodistas confirmando que aún no había cura para el virus animal. Suspira y enciende otro cigarrillo.

Está solo. Su esposo se fue a la casa de su madre. Ya no lo extraña, pero hay un vacío en la casa que le impide dormir, que le inquieta. Coje un libro de la biblioteca. No tiene sueño. Enciende la luz para leer, pero luego la apaga. Toca la cicatriz de su mano. Es antigua, ya no duele. Fue un cerdo. Era joven, un novato, y creía que no había que tener respeto por la carne, hasta que la carne lo mordió y casi le arranca la mano. El capataz y los demás no dejaban de reírse. "Te bautizaron", le decían. Su padre no dijo nada. Con ese mordisco dejaron de verlo como el hijo del dueño y pasó a formar parte del grupo. Pero ni ese grupo ni el frigorífico Kwangya existen, piensa.

Coje el celular. Tiene tres llamadas perdidas de su suegra. Ninguna de su esposo.

Decide ducharse porque no soporta el asfixiante calor. Abre la llave de la ducha y deja que el agua fría caiga sobre su cabeza. Quiere borrar las imágenes distantes, los recuerdos que persisten. Las pilas de gatos y perros quemados vivos. Un simple arañazo significaba la muerte. El olor a carne quemada se percibió durante semanas. Recuerda los grupos con trajes amarillos que recorrían los vecindarios por las noches, matando y quemando a cualquier animal que se les cruzara.

El agua fría sigue cayendo sobre su espalda. Se sienta en el suelo de la ducha y niega con la cabeza lentamente, pero no puede evitar recordar. Surgieron grupos que comenzaron a matar a personas y consumirlas en secreto. La prensa informó sobre el caso de dos desempleados bolivianos que fueron atacados, desmembrados y asados por un grupo de vecinos. Al leer la noticia, sintió un escalofrío. Fue el primer escándalo público que estableció en la sociedad la idea de que, al fin y al cabo, la carne es carne, sin importar su origen.

Levanta la cabeza para que el agua le caiga en la cara. Desea que las gotas le borren la mente. Sin embargo, sabe que los recuerdos siempre estarán allí. En algunos países, los inmigrantes comenzaron a desaparecer en masa. Inmigrantes, marginados, pobres. Fueron perseguidos y, finalmente, sacrificados. La legalización se llevó a cabo cuando los gobiernos fueron presionados por una industria millonaria que se encontraba estancada. Se adaptaron los mataderos y se implementaron regulaciones. En poco tiempo, comenzaron a criarlos como ganado para satisfacer la enorme demanda de carne.

Sale de la ducha y se seca ligeramente. Se mira al espejo y nota las ojeras en su rostro. Él suscribe a una teoría que intentaron discutir, pero aquellos que lo hicieron públicamente fueron silenciados. El zoólogo de mayor prestigio, que en sus artículos afirmaba que el virus era un invento, sufrió un conveniente accidente. Él cree que todo es un montaje para reducir la superpoblación. Desde que tiene conciencia, se ha hablado de la escasez de recursos. Los disturbios en países como China siguen presentes en su memoria, donde las personas se enfrentaban a la violencia debido al hacinamiento, aunque los medios de comunicación evitaban abordar la noticia desde ese ángulo. Era su padre quien le advertía que el mundo iba a estallar en cualquier momento: "El planeta va a reventar, hijo. Mira cómo en China ya se están matando entre ellos por la cantidad de gente que son. Y aquí, todavía hay espacio, pero nos quedaremos sin agua, sin alimentos, sin aire. Todo se va al diablo". En aquel entonces, lo miraba con cierta compasión, pensando que eran palabras de un anciano, pero ahora comprende que su padre tenía razón.

La purga trajo consigo otros beneficios: la reducción de la población, la disminución de la pobreza y la disponibilidad de carne. Aunque los precios eran elevados, el mercado experimentaba un crecimiento acelerado. Hubo protestas masivas, huelgas de hambre y reclamos por parte de organizaciones de derechos humanos. Al mismo tiempo, surgieron artículos, estudios y noticias que influyeron en la opinión pública. Prestigiosas universidades afirmaron que era necesario consumir proteína animal para sobrevivir, médicos confirmaron que las proteínas vegetales no contenían todos los aminoácidos esenciales, y expertos señalaron que las emisiones de gases habían disminuido, pero la desnutrición había aumentado. Las revistas incluso exploraron el lado oscuro de los vegetales. Con el tiempo, las protestas se debilitaron y continuaron apareciendo casos de personas que los medios declaraban muertas a causa del virus animal.

El calor sigue asfixiándolo. Camina desnudo hacia la galería de su casa. No hay corriente de aire. Se acuesta en la hamaca paraguaya e intenta dormir. Recuerda el mismo anuncio, una y otra vez. Una mujer hermosa, vestida de manera conservadora, sirve la cena a sus tres hijos y a su esposo. Mirando a la cámara, dice: "Yo le doy a mi familia un alimento especial, la carne de siempre, pero más sabrosa". Todos sonríen y comen. Su gobierno decidió reinterpretar ese producto. A la carne humana la denominaron "carne especial". Ya no era solo "carne", ahora era "lomo especial", "costilla especial", "riñón especial".

Él no le llama "carne especial". Utiliza términos técnicos para referirse a lo que solía ser un ser humano, pero que nunca llegará a ser una persona, siempre será un producto. Se refiere al número de cabezas a procesar, al lote que espera en el área de descarga, a la línea de sacrificio que debe seguir un ritmo constante y ordenado, a los excrementos que se venden como abono, al área de despiece. Nadie puede llamarlos seres humanos, eso les otorgaría entidad. Los llaman productos, carne, alimento. Él, sin embargo, preferiría no tener que llamarlos de ninguna manera.

delicioso cadáver - nominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora