XIX

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Se sube al auto. Prende un cigarrillo. Está por arrancar cuando suena el
celular. Es su hermana, Yeri.

—Hola.

—Hola, Jeno, ¿dónde estás? Veo edificios. ¿Estás en la ciudad?

—Sí, vine por unos trámites.

—Entonces vení a almorzar a casa.

—No, tengo que ir al trabajo.

—Jeno, sé perfectamente que hoy es tu día libre, eso fue lo que me dijo la
señora que me atendió cuando llamé al frigorífico. No te veo hace mucho.

Jeno prefiere eso antes que volver a la casa donde está Jaemin.

—Está bien, voy.

—Te voy a preparar unos riñones especiales marinados al limón con hierbas que te vas a chupar los dedos.

—No estoy comiendo carne, Yeri.

La hermana lo mira con sorpresa y con cierta sospecha.

—No te habrás convertido en uno de esos veganoides, ¿no?

—Es un tema de salud, me lo recomendó el médico. Es por un tiempo nada más.

—¿Pero qué te pasa? No me asustes, Jeno.

—Nada grave. El colesterol me dio un poco alto, nada más.

—Bueno, algo se me va a ocurrir, pero venite que te quiero ver.

No se trata de una cuestión de salud. Desde que su hijo falleció, él dejó de consumir carne. La perspectiva de verla a ella lo abruma de antemano. Es un trámite que cumple cuando no le queda otra opción. Él no sabe quién es su hermana de verdad. Conduce lentamente por la ciudad. Hay personas, pero parece una ciudad desierta. No solo porque la población ha disminuido, sino porque desde que no hay animales, hay un silencio que nadie escucha pero está presente todo el tiempo, resonando. Esa estridencia silenciosa se refleja en los rostros, los gestos y la manera en que las personas se miran entre sí. Da la sensación de que todos están viviendo en pausa, como si estuvieran esperando que la pesadilla termine.

Finalmente, llega a casa Yeri. Se baja del auto y toca el timbre con cierta resignación.

—¡Hola, Jenito!

Las palabras de su hermana son como cajas llenas de papeles en blanco. Lo
abraza de manera blanda y rápida.

—Dame tu paragüas.

—No tengo.

—¿Vos estás demente? ¿Cómo que no tenés?

—No, no tengo. Vivo en medio del campo y no pasa nada con los pájaros, Yeri. Solo la gente de la ciudad vive paranoica.

—Entrá rápido, querés.

La hermana lo empuja mirando a los costados. Le preocupa que los vecinos
vean a su hermano sin paraguas.
Él sabe que va a cumplir con el ritual que consiste en hablar de frivolidades,
en que Yeri le insinúe que ella no puede ocuparse del padre, en que él le
diga que no tiene que preocuparse, en ver a dos extraños que son sus
sobrinos y en que ella apacigüe la culpa por seis meses más hasta que todo se
vuelva a repetir.

Van a la cocina.

—¿Cómo estás, Jenito?

Detesta que le diga Jenito. Usa el diminutivo para expresar una cuota de cariño que no siente.

—Bien.

—¿Mejor?

Ella lo mira con cierta lástima y condescendencia, que es de la única manera en la que lo mira desde que perdió a su hijo.

delicioso cadáver - nominWhere stories live. Discover now