VIII

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Jeno se levanta con el llamado de Seulgi. Tuvo una descompensación, querido. Nada grave, pero quiero que estés al tanto. No es necesario que vengas, pero sería lindo. Sabés que tu papá se pone contento por más que no te reconozca todas las veces. Siempre que venís los episodios paran por varios días. Él le dice que gracias por el aviso y que ya va a ir, en algún momento. Corta y se queda en la cama pensando en que no quiere empezar con ese día.

Se viste. Mientras toma el primer vino llama al coto de caza. Explica que tiene una emergencia familiar, que los va a volver a llamar para reagendar la visita. Después llama a Johnny y le dice que va a tardar más con el recorrido. Johnny le contesta que se tome el tiempo que necesite, pero que lo está esperando para que entreviste a dos posibles candidatos.

Piensa unos segundos y llama a su hermana, Yeri. Le dice que el padre está bien, que debería visitarlo. Ella le contesta que está ocupada, que educar dos hijos y mantener la casa le consume todo el tiempo libre, que ya va a ir. Que viviendo en la ciudad es más difícil porque el geriátrico está lejos y ella tiene miedo de llegar después del toque de queda. Se lo dice con desdén, como si el mundo tuviese la culpa de sus elecciones. Después cambia el tono y le dice que no se ven hace mucho, que los quiere invitar a cenar, que cómo está Renjun, si sigue en lo de la madre. Él le dice que la va a volver a llamar, en algún momento, y corta.

Abre el galpón. La hembra está acostado sobre las mantas. Se despierta sobresaltado. Jeno se lleva los tachos. Vuelve con agua y alimento balanceado. Ve que la hembra encontró un lugar para hacer sus necesidades. A la vuelta las tengo que limpiar, piensa con cansancio. Casi no lo mira porque le resulta un fastidio esa hembra, ese... desnudo en su galpón.

Sube al auto y va directo al geriátrico. Nunca le avisa a Seulgi que va. Él está pagando por el mejor y el más caro de la zona y considera que tiene derecho a ir sin anunciarse.

El geriátrico queda entre su casa y la ciudad. Está ubicado en una zona residencial de barrios privados. Siempre que va hace una parada unos kilómetros antes.

Estaciona y camina hacia la puerta del zoológico abandonado. Las cadenas que cerraban la reja están rotas. El pasto crecido, las jaulas vacías.

Él sabe que se arriesga al ir ahí porque todavía hay animales que están sueltos. No le importa. Las grandes matanzas fueron en las ciudades, pero por mucho tiempo hubo gente que se aferró a sus mascotas, que no estaba dispuesta a matarlas. Algunas de esas personas se dice que murieron por el virus. Otras abandonaron a sus perros, gatos, caballos en el medio del campo. A él nunca le pasó nada, pero dicen que es peligroso andar solo, sin un arma. Hay jaurías, con hambre.

Jeno camina hasta el foso de los leones. Se sienta en la baranda de piedra. Saca un cigarrillo y lo prende. Mira el espacio desierto.

Recuerda cuando su padre lo llevó. Su padre no sabía qué hacer con ese chico que no lloraba, que no había dicho nada desde la muerte de la madre. La hermana era un bebé, cuidada por niñeras, ajena a todo.

El padre lo llevaba al cine, a la plaza, al circo, a cualquier lugar lejos de la casa, lejos de las fotos de la madre sonriente con el título de arquitecta, de la ropa que seguía colgada en las perchas, de la reproducción del cuadro de Chagall que ella había elegido para poner arriba de la cama. París desde la ventana: hay un gato con cara de humano, un hombre volando con un paracaídas triangular, una ventana colorida, una pareja oscura y un hombre con dos caras y un corazón en la mano. Hay algo que habla de la locura del mundo, una locura que puede ser sonriente, despiadada, aunque todos estén serios. Hoy ese cuadro está en su cuarto.

El zoológico estaba lleno de familias, manzanas con caramelo, algodones de azúcar rosas, amarillos, celestes, risas, globos, muñecos de canguros, ballenas, osos. El padre decía: 'Mirá, Jeno, un mono tití. Mirá, Jeno, una serpiente coral. Mirá, Jeno, un tigre'. Él miraba sin hablar porque sentía que el padre no tenía palabras, que esas que decía estaban ausentes. Intuía, sin saberlo con certeza, que esas palabras se estaban por quebrar, que las sostenía un hilo muy fino y transparente.

delicioso cadáver - nominWhere stories live. Discover now