XXII

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Con los cachorros, pierde la noción del tiempo. Juegan a que lo atacan, intentando atrapar las ramas que él mueve en el aire. Le mordisquean las manos con sus dientes que casi le hacen cosquillas. Él agarra sus cabezas y las sacude suavemente, como si su mano fuera la mandíbula de una bestia monstruosa persiguiéndolos. Les tira ligeramente de las colas. Él y los cachorros gruñen y ladran, y ellos le lamen las manos. Son cuatro machos a los que decide ponerles nombres: Hua, Yu, Min, Pompón.

Los cachorros corren por el terrario. Yu le muerde la cola a Min. Pompón parece estar dormitando, pero de repente se levanta, agarra una rama con la boca y la sacude en el aire. Hua lo huele con desconfianza, camina a su alrededor, lo olfatea y ladra. Luego se sube torpemente a las piernas de él. Él lo "ataca" y Hua llora un poco, le muerde las manos y mueve la cola. Después, Hua se lanza sobre Min y Yu, los ataca, pero ellos lo persiguen.

Recuerda a sus perros. Tuvo que sacrificarlos, sospechando que el virus era una mentira fabricada por las potencias mundiales y legitimada por el gobierno y los medios. Si los abandonaba para no matarlos, temía que los torturaran. Si se los quedaba, podría ser mucho peor, podrían torturarlos a ellos y a los perros. En aquel entonces, se vendían inyecciones para que las mascotas no sufrieran. Estaban disponibles en todas partes, incluso en los supermercados. Los enterró debajo del árbol más grande del terreno, el árbol donde solían sentarse los tres bajo su sombra en las tardes calurosas, cuando no tenía que trabajar en el frigorífico de su padre. Él tomaba cervezas, leía, y los perros estaban a su lado. Llevaba una radio portátil, una vieja perteneciente a su padre, y escuchaba un programa de jazz instrumental. Disfrutaba del ritual de sintonizar la estación.

Cuando veían al padre, no importaba lo lejos que estuvieran, salían corriendo y se le abalanzaban. El padre siempre los recibía con una sonrisa, los abrazaba y los levantaba en brazos. Él notaba que el padre estaba llegando cuando ambos perros movían la cola de una manera especial, dedicada solo a él, el hombre que los encontró al costado de la ruta, acurrucados entre sí y sucios, con solo unas semanas de vida, deshidratados y al borde de la muerte. Él estuvo con ellos las veinticuatro horas del día, llevándolos al frigorífico y cuidándolos hasta que comenzaron a reaccionar. Jeno cree que el sacrificio de ambos fue otro de los motivos que llevaron a la mente del padre al colapso.

De repente, los cuatro cachorros se quedan quietos, con las orejas en alerta. Él se tensa. En ningún momento había pensado en lo obvio: esos cachorros tienen una madre.

Escucha un gruñido y mira a través del vidrio, donde ve a dos perros mostrando los colmillos. En menos de un segundo, reacciona. En ese instante, piensa que le gustaría morir allí mismo, en ese terrario, junto a esos cachorros. Considera que al menos su cuerpo podría servir de alimento para que esos animales sobrevivan un poco más. Sin embargo, la imagen de su padre en el geriátrico se le viene a la mente, en Jaemin en el galpón, y actúa por instinto. Se arrastra hacia la puerta por la que entró y la cierra de un golpe, asegurándola. Los perros ya están del otro lado, ladrando y arañando, tratando de entrar. Si deja la puerta asegurada y escapa por la otra puerta, que conecta al terrario contiguo, los cachorros morirán. Si abre la puerta que ha cerrado, la que contiene a los perros, no tendrá tiempo suficiente para escapar antes de ser atacado. Sin embargo, la puerta que da al terrario contiguo está cerrada y él no puede abrirla. Los cachorros gimen y se acurrucan para protegerse. Decide taparlos con su camisa, aunque sabe que es una protección inútil. Se recuesta en el suelo frente a la puerta por la que intenta salir y comienza a patearla varias veces hasta que cede. Toma aliento. Los perros ladran y arañan con más fuerza. Se asegura de que la puerta que conduce al terrario contiguo esté completamente abierta, sabiendo que puede escapar por allí debido al vidrio roto. Escucha los gruñidos de los perros, que se intensifican. Cree que se han unido más perros o que los existentes están cada vez más rabiosos.

Observa a los cachorros, confundidos y acurrucados, asomando sus cabezas por los bordes de la camisa. Toma una piedra mediana y la coloca contra la puerta trabada por la que la jauría intenta entrar. Luego, la destraba, consciente de que eventualmente los perros la moverán, pero les costará hacerlo. Encuentra otra piedra un poco más grande y, a gatas, la arrastra hacia el terrario contiguo. Cierra la puerta con la piedra grande, habiendo roto la traba con sus patadas. Sale cuidadosamente a través del vidrio roto, sin hacer ruido ni saltar. Una vez en el suelo, comienza a correr sin detenerse ni mirar atrás. No se da cuenta de que el cielo está cargado de nubes grises. Cuando ve su auto, los ladridos se vuelven más claros. Voltea ligeramente la cabeza y ve a una jauría de perros persiguiéndolo, cada vez más cerca. Corre como si fuera su último acto en el planeta. Logra subirse al auto apenas segundos antes de que los perros lo alcancen. Cuando recupera el aliento, los mira con tristeza por no poder ayudarlos, alimentarlos, bañarlos, cuidarlos o abrazarlos. Cuenta seis perros, flacos y probablemente desnutridos. Aunque no siente miedo, sabe que podrían destrozarlo si baja del auto. No puede dejar de mirarlos. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que se encontró con un animal. Observa los colmillos, el hambre y la furia, y los encuentra hermosos. Enciende el auto y se aleja lentamente, con cuidado de no lastimarlos. Los perros lo persiguen hasta que acelera y se despide mentalmente de Hua, Yu, Min y Pompón.

delicioso cadáver - nominWhere stories live. Discover now